Las celebraciones del 101 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana, la han empobrecido, han tratado de hacerle homenajes “light” de acuerdo a las convicciones de los hombres en el poder. Los discursos de los “doctorados en Harvard”, con conocimientos de  nuestra historia aprendidos en Estados Unidos, sólo han usado la figura de Francisco I. Madero, como un referente de sus luchas electorales. No hablan de los revolucionarios que llevaron verdaderos anhelos de justicia social a la lucha armada. Por ello, en el marco de estas reducidas y minimizadas celebraciones, me permito presentarles los conceptos de un revolucionario poblano que enalteció a nuestro estado en el mundo, al salvar a más de 40 mil personas de la persecución nazi, curiosamente casi el mismo número de víctimas caídas en la lucha de Calderón.

Se había mencionado que el Gobierno del estado de Puebla le haría un gran homenaje, pero parece que se arrepintieron porque, tal vez, no iba de acuerdo con las celebraciones superficiales y electoreras del Gobierno federal.

Con motivo del 70 aniversario de la Constitución de Puebla, y debido a que la que esto escribe presidía la mesa directiva, el constituyente Gilberto Bosques me envió la siguiente misiva:

“Soy el sobreviviente de cuantos formaron la XXIII Legislatura Constituyente de 1917. De esos poblanos, todos ellos con rango eminente de ciudadanía, apenas me atrevo a dar un breve perfil de su tránsito. Algunos llegaban de la revolucionaria contienda armada; otros de la tribuna del pueblo; otros, maestros de las primicias de esperanza de la escuela elemental o de la cátedra; otros más de los campos de labranza con vendimia de clamor campesino y otros con el mandato categórico de los obreros. El afán era servir con la ley las erguidas y, por aquellos días, exigentes demandas populares. En verdad estaba el pueblo y su corazón.

En la prócer ciudad de Puebla los ámbitos humanos se alimentaban de voces optimistas, de alientos y voluntades encaminadas hacia la imagen de un alto destino para nuestro estado, para nuestro país.

Desde 1909 se aventuraba el propósito de lucha política contra la caduca dictadura de los treinta años. La actitud antirreleccionista y en el fondo y trasfondo, los vislumbres de una necesaria revolución armada. Y al mismo tiempo que se organizaban clubes políticos, se empezó a conspirar. Bandera antirreleccionista con íntimas ondulaciones bélicas. Los jóvenes estudiantes, los obreros, los hombres de mayor edad y las mujeres de mayores virtudes conspiraban.


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Las antiguas calles de Espíndola y del Muerto formaban esquina donde estuvo una carnicería, “El Cisne”. Sus propietarios Melitón y Andrés Campos, hermanos y dueños de pasión patriótica. Allí se conspiraba. Llegaba allí Porfirio del Castillo, Fernando Arruti, Joaquín Cruz, Marcial Cisneros, Faustino Rosas, Miguel J. Mácuil, Enrique Pinto, Ricardo Cotzal, Alejandro Sánchez, Jesús J. Carrillo y otros más, como el gran revolucionario tlaxcalteca Juan Cuamatzi.

Con aquellos hombres conspiraban las mujeres. Grupo estelar. La hora de la hazaña en la inflexión cordial de la mujer, que serán recordadas por la voz de una mujer (la que esto trascribe).

Allí  Juana Morales, Isabel Jiménez, María Reyes, María Velasco de Cañas, María Espíritu de Campos.

Por todas las arterias de la ciudad, por todos los rumbos, por todos los barrios: La Luz, El Carmen, Analco, Santiago, El Parián, Xonaca, Xenenetla, San Ramoncito y El Obraje de Lomba andaban los pasos cautelosos o apresurados de Alberta Cuevas de Rosales, de las hermanas Ignacia y Genoveva Vázquez, de Margarita Jiménez de Guadalupe Alcérreca, de la profesora Herlinda de Puebla, de las hermanas Enriqueta, Hortensia y Natalia Cuesta y de Celsa, Micaela y Delfina López; de las profesoras Aurelia Vaca, Carlota Ramírez y Aurelia Baéz y Dolores y Luz Betancourt, Luz y Guadalupe Mejia, Rebeca Crespo y de Carmen María y Pilar Leyva. ¡Cuántas hermanas en esa comprometida tarea de riesgos evidentes, de anhelos en diseño!

Era del conocimiento público y policiaco la actividad sin tregua de las hermanas Rosa, Guadalupe y María Narváez, esforzadas, inteligentes, tenaces, irreductibles, pródigas de palabra persuasiva y entusiasta. Rosa y Guadalupe fueron encarceladas varias veces; salían de prisión amonestadas y “advertidas de castigo mayor”. Pero seguían con renovada decisión de lucha, Al lado de ellas y en pareja actividad y con la misma voluntad diamantina, andaba la ciudad y los poblanos vecinos de la profesora Paulina Maraver -discreción, habilidad, talento- y la normalista Ana María Zafra.

Estas jornadas de mujeres revolucionarias culminarían en la proeza luminosa de Carmen Alatriste viuda de Serdán, de Filomena del Valle de Serdán y de Carmen Serdán Alatriste. Nombres estos de proeza épica para la voz perenne de la historia.

No son todos los nombres de las mujeres que fueron gentiles precursoras de la Revolución de 1910. Otros nombres se han quedado en esa “negligencia de la memoria de la ingratitud”… y en el olvido para siempre.

Aquellas hermanas, que en iguales afanes tuvimos el privilegio de conocer, son para la evocación de hoy un deber de conciencia, de homenaje y de admiración.

Hemos vivido estos tiempos intensos de la historia (algunos como yo han pasado ya sin llegar a las nóminas de la historia –Bosques iba a cumplir 100 años–. Pero tenemos todavía la palabra para decir que la mujer revolucionaria de entonces, debe ser inspiración en el ánimo de los que tienen vigores de la juventud, de los que poseen fecundos pensamientos, expresiones, lúcido saber y el tiempo de la patria es su tiempo).

Por sus montañas, por sus altiplanos floridos, por sus nieves cimeras, por sus volcanes, México es una patria vertical. Ha creado hombres y mujeres con su estructura, con su dignidad, con los fuegos del heroísmo y los vuelos aquilinos hacia el mañana sin fin. La esperanza de un pueblo germina cuando el futuro llega a determinarse por la grandeza del pasado. Los dos términos ciertos de la vida.

Con nuestra herencia revolucionaria podemos reclamar que las oscuras fuerzas de la reacción enemiga sean vencidas por los hombres y las mujeres que llegan, que vendrán para salvar a México, así sea con el mayor precio de sangre.

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