limachiBogotá.- Juan Limachi, es un poeta y periodista peruano, que salió de su país, cruzando las fronteras terrestres de este continente para llegar a Nueva York y comprobar que el sueño latino de Estados Unidos es un mito.

Un día cualquiera de 1990, Limachi salió de Lima, cruzó las cordilleras ecuatorianas, llegó a Colombia y se enamoró de sus montañas, lo absorbió las frías calles de Bogotá, comió cuando podía y durmió donde la noche lo alcanzaba.

Estuvo en la costa caribe, en la árida península de la Guajira, en la ardiente Barranquilla y en la histórica Cartagena, desde donde partió a las selvas del Chocó para cruzar el tenebroso “Tapón del Darién”, que lleva a los migrantes ilegales a Panamá y de ahí a Estados Unidos.

Limachi es uno de los miles de peruanos, colombianos, ecuatorianos y bolivianos que por años utilizan este paso, en la frontera colombo-panameña, para buscar salir de la miseria en la que viven en sus países o para escapar de la violencia.

Mientras caminaba por las trochas de este continente fue creando sus versos, fue llenando su mochila de poesía, de sentimiento latinoamericano.

América cuando te evoco/ dos sentimientos se agolpan en cada latido/ la alegría de tus valles/ y la soledad de tus tierras frías/ cuando miro tus múltiples rostros/ en cada sombra que dibujas tristemente en los mapas/ no te hallo…”, dice uno de sus versos escritos después de la travesía.

Limachi, el ex estudiante de Literatura del Alma Mater de América, como es denominada la Universidad de San Marcos, en Lima, logra cruzar “El Tapón del Darien” y radica por varios años en ciudad Panamá, donde aprendió a vivir con menos de un dólar al día.


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La lucha por sobrevivir en un país extraño, hizo que Limachi se terciara al hombro su mochila con sus poemas y montado en una bicicleta vendió chicha y agua de coco por las calles de Panamá soportando el sol y temperaturas superiores a los 32 grados centígrados.

Para Limachi, “fueron años duros, pero muy ricos en experiencias”, porque le permitieron ver, sentir y vivir el mundo de los indocumentados, de los marginados, de la palabra hambre.

Después de dos años de vender chicha y agua de coco, se dijo asimismo: “Por la chicha he vivido, pero ya no quiero vender más chicha”, y a partir de este momento, se abrió espacio y ejerció el periodismo en algunos medios locales.

Pero nunca perdió la esperanza de llegar a Estados Unidos y logró, recorriendo los caminos de Centroamérica y México, cruzar la frontera, donde también vivió y sintió el mundo de los latinos, de los ilegales y los legales.

Durante los cinco años que viví en Nueva York (1999-2004), cada mañana cuando iba a la redacción del periódico La Tribuna Hispana -donde conseguí trabajo- veía en las esquinas de las avenidas a grupos de hispanos congelándose del frío esperando conseguir algún trabajo eventual para salvar el día”.

Para Limachi, “el mito que se teje en torno a Estados Unidos, es eso, un mito. No encontré nada extraordinario. Solamente que, como es natural, la cultura es diferente”.

Sin embargo, “es una buena experiencia desde el punto de vista de la famosa libertad individual que este país se precia. La gente hace lo que quiere y nadie le dice nada”.

Nueva York -anotó- es una ciudad vieja con sus rascacielos centenarios, que todos conocemos por las películas, donde la gente trabaja sin cesar las 24 horas. Especialmente los migrantes hispanos”.

Los hispanos “tienen que trabajar duro para poder sobrevivir, en una urbe donde, si bien es cierto se gana, pero también se gasta en renta y en comida”.

Ahora Limachi, después de salir de su tierra, y de conocer los sinsabores del migrante, abandonó la ciudad de los rascacielos y volvió a radicar en Panamá, el país que le abrió las puertas y le marcó el futuro.

Limachi ya no vende chicha ni agua de coco en las avenidas de ciudad Panamá, está dedicado a la poesía, a la literatura, al periodismo, a construir futuro con su familia, pero siempre con el sello de ser migrante.

 

POB/GACC