Está visto que para ser un político exitoso se necesita tener buena estrella. No basta ser rico o hábil en eso de beneficiarse con el manejo de los recursos públicos. Tampoco son suficientes las componendas entre pares o la cobertura que ofrece el moche o el salpique. No. La suerte en la política mexicana —que por cierto equivale a un pacto con el diablo— es la que sostiene y da vigencia a los mandatarios cuyos excesos ofenden al pueblo que los llevó al cargo.

Y en este caso, ¿qué significa la suerte?

Curiosa o paradójicamente, la vida pública de los suertudos depende de Enrique Peña Nieto, o sea de cómo le vaya en la feria nacional. Él, el Presidente, es el hado o algo así como el sol que ilumina el camino de esos políticos.

Las razones: Enrique tiene en casa a su buena estrella, la famosa Gaviota. Por si fuera poco esta afortunada característica, Peña Nieto representa al dios de nuestro sistema teocrático-sexenal.

Por ello, si él mueve un dedo, México se mueve; si hace un guiño, el poder mediático responde; si adopta uno de sus famosos gestos, sus secretarios actúan, sonríen, se enojan o se acogen al conveniente mutismo, depende el mensaje visual. Y qué decir de su cautivadora sonrisa cuando con esa poderosa expresión empática es capaz de conquistar voluntades…

Del primer mandatario depende pues la tranquilidad de la clase política nacional. Para la mayoría Peña Nieto podría ser la suerte o buena estrella: si le va bien a él, les va bien a sus colaboradores, correligionarios y cuates. Y si le va mal, sus adversarios, críticos y detractores sacan provecho a la circunstancia aunque en ella vaya de por medio la estabilidad de la nación. Sobran los ejemplos.


publicidad puebla
 

Bueno, hay uno que no sobra porque ha resultado el principal beneficiario del caos guerrerense y, valga la definición, del desmadre ferroviario. Por ello digo que le queda bien el adjetivo de…

El suertudo de caos

Rafael Moreno Valle Rosas, gobernador de Puebla, vivía el peor de sus momentos políticos cuando estalló la “bomba” de Iguala, hecho que sorprendió a México, al mundo y desde luego al Presidente.

El tema del crimen de José Luis Tehuatlie Tamayo, asesinato ocurrido en San Bernardino Chalchihuapan, cayó en una fosa y fue apagado por las llamas de la pira nacional que provocó la estupidez del munícipe asesino, el tal Abarca.

Pasaron los días y las protestas solidarias con los padres de Ayotzinapa atrajeron, para revivir, el caso de Puebla. En esas andaban los progenitores acompañados por padrinos, compadres e hijos putativos de la política mexicana, cuando Carmen Aristegui reventó el asunto de “La casa blanca”.

Otra vez se desvió la atención nacional para escrutar la operación inmobiliaria que “descarriló” al tren rápido de Querétaro. La muerte del niño poblano pasó a tercer término no obstante el llamado que hicieron los jóvenes que llegaron a Puebla para participar en el VI Congreso Mundial por los Derechos de la Infancia y Adolescencia, todos ellos indignados por la actitud del gobierno morenovallista en contra de la señora Tamayo, madre de José Luis (fue corrida del recinto donde se llevaba a cabo el acto, dicen que por Marta Erika Alonso, esposa del gobernador): exigieron justicia por el —así lo expresaron— asesinato del adolescente de 13 años de edad.

¿Qué pasará con el suertudo Rafael?

Si funciona su instinto de conservación, inventará algún pretexto para montarse en la dinámica de transparencia impuesta por el jefe de las instituciones nacionales. Entonces, si así lo hiciere, tendría que publicar la lista de sus bienes, incluidos los de su esposa y padres, capitales que podrían hacer que palideciera la riqueza de la familia presidencial. Y como el ejemplo arrastra, sus colaboradores estarían obligados a seguir los pasos del jefe con la posibilidad de que sobreviniera el…

El caos gubernamental

Esa corresponsabilidad sería sin duda muy desgastante e incluso hasta explosiva. Imagínese el lector que saliera a la luz pública la riqueza de los funcionarios del gobierno poblano: a varios de esos servidores les bastó tres años para lograr adquirir el estatus de ricos, nuevos si partimos de que llegaron a Puebla en condiciones de modestia económica.

Aunque pensándolo bien, así como van las cosas, no habría problema porque es probable que ocurra otro follón que obligue a Peña Nieto a sacar la casta para, sin quererlo, seguir fungiendo como la buena estrella de Rafael… y de otros gobernantes atrapados en la vorágine provocada por sus decisiones personalistas unas, chambonas otras, dictatoriales las más.

Pero como una Gaviota no hace verano —u otoño o invierno— en México todo puede pasar.

[email protected]
@replicaalex

 

POB/GACC