Continuando con las anécdotas de las experiencias poblaneras de un servidor, ahora recordaré aquel episodio cuando profesores del Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación (SNTE) se estaban manifestando en el centro de Puebla y para terminar con el movimiento, la policía decidió actuar, detuvo a varios y a otros más golpeó.
No emitiré una postura, honestamente no estuve ni estoy actualmente, del lado de ninguno de los bandos, sin embargo narraré una parte que hoy en día me sigue poniendo emocional, de hecho, en días recientes, la he estado contando varias veces a prospectos de reporteros.
En 2009, en Puebla, hubo varias manifestaciones magisteriales, cierres de calles importantes, toma de instalaciones y quema de papeles, por parte de los sindicalizados que trabajan en la educación.
Recuerdo que íbamos de lado a lado de la ciudad, a cada una de las secciones que tiene el magisterio en Puebla, porque sabíamos que ya estaban tomando las instalaciones, que ya había policías o simplemente estaban fijando alguna postura. Un día las cosas se calentaron más de lo acostumbrado. Recuerdo que llegué al Centro Histórico como a medio día y varios compañeros fotoperiodistas estaban molestos.
Los maestros los habían golpeado, no querían que les tomaran fotos mientras saqueaban, incendiaban o agredían a otros. Algunos de los reporteros, ya habían ido a levantar la denuncia respectiva a la agencia del Ministerio Público. Teóricamente en esa misma riña, ya había intervenido la policía y no había saldo agradable para los profesores.
Además de varios días de manifestaciones, también llevaban varios días de agredir a la prensa o a cualquiera que se les atravesara. Viene a mi mente aquel pobre que iba en una motoneta, queriendo llegar a su casa y fue golpeado por haber osado atravesar la manifestación. Solo saqué un par de imágenes y guardé la cámara, si me mostraba mucho mi suerte habría sido igual.
Carolina Gil, reportera de Televisa Puebla hizo un enlace en vivo desde el centro para decir que acababa de haber un “enfrentamiento entre profesores y policías” y al terminar el enlace (nada tontos) los primeros que ahí rondaban, le gritaron y agredieron. La acusaron de modificar la verdad, porque ellos solo habían sido golpeados, haciendo uso de su derecho de manifestación y los policías habían sido los malos. Ella pretendió defenderse, estuvo a punto de abrir la boca de más, sin embargo algunos presentes le hicimos señas para terminar la discusión.
Empezó a correr el rumor entre los reporteros de que ya venía de nuevo la policía, pero ahora ya venían los granaderos bien equipados y venían con todo. Ya había pasado un buen rato de “la primera bronca” y las calles del centro seguían cerradas; era extraño. Todo estaba pasando sobre la Calle 9 Poniente, entre la 7 y 9 Sur, la zona de los mariachis.
Ahí vienen los granaderos
Mientras en varios locales de mariachis se escuchaba cómo ensayaban, abajo en la calle, se escuchaba cómo los policías golpeaban las botas contra el piso, marchando a paso firme. Un grupo de unos 100 granaderos se compactaba en la lejanía y se enfilaba hacía los profesores.
Recuerdo que Joel Merino, colega fotoperiodista se preparaba: “ahora sí ahí vienen”. Yo mientras escuchaba y sentía la vibración, comentaba con los profesores que ya venían por ellos y que si veían gente vestida de civil de lado del grupo, eran judiciales, no dudarían en hacer detenciones; no me creyeron.
En algún momento de la vida, Rodolfo Pérez –otro compañero fotoperiodista, muy experimentado – me dijo: “si hay vestidos de civil, son judiciales, si hay judiciales, van a haber detenciones, esa es la foto” y otro dato: “si ves que hay enfrentamiento, quédate del lado de los policías, puede que ellos te puedan proteger con escudos, los manifestantes, no”.
La marcha, el gopeteo de las botas en el piso y la tensión se incrementaban, incluso se percibía un tinte de películas romanas o de guerra, cuando se agregaba el sonido de una macana golpeando contra el escudo de los granaderos. Los mariachis seguían ensayando. Me subí a la batea de una camioneta y ahí observé cómo se pasaban bombas de gas lacrimógeno. Los policías se detuvieron, los profesores se acercaron estoicos pensando en que nada les iban a hacer.
Se lanzaron los primeros gases y la batalla empezó, todo mundo corrió para todos lados. Un grupo de 5 o 6 judiciales más granaderos intentaron detener al primero y al segundo. No podían, el docente se había aferrado a la defensa de un ‘vocho’, finalmente lo separaron, soltaron en el suelo y comenzaron a patear. Algunos acudieron en su ayuda. No lo pude evitar y me bajé de la camioneta, comencé a hacer primeros planos.
Judiciales se voltearon y comenzaron a gritarme: “¡qué te pasa, no tomes fotos, dame la cámara!”, solo pude responder: “pues deja de pegarle”, al tiempo que forcejeaba con ellos para que no me quitaran mi equipo. “Retírate, no tienes nada que hacer aquí” y continuaba el jaloneo y yo como podía sacaba más fotos: “si no lo golpean, no tengo a qué tomarle fotos”, insistían en jalar mi cámara; no sabía cómo defenderme así que opté por el recurso más bajo y básico, patee al más cercano y agresivo de los policías judiciales, con todas mis fuerzas, apunté a sus testículos y logré enojarlo más.
Amenazó y fingió que iba a sacar un arma (no lo hizo). Llegaron más policías y llegó Margarito García, otro fotoperidista de años en el oficio. Retrató la agresión al tiempo que urgió a los policías a calmarse y ayudarme. Le hicieron caso, nos separaron y aquel se fue a golpear a alguien más.
Recuerdo unos 22 detenidos. Recuerdo el gas lacrimógeno. Recuerdo que al término de la trifulca mi cara ardía. Recuerdo que Joel se supo el mejor remedio para aliviarlo: cerveza… Recuerdo que chillé ese día cuando le conté a mi papá. Me sigue dando coraje. Estamos a 7 años del 2009, las cosas están peor. Más manifestaciones, más profesores que prefieren bloquear que enseñar; más policías que quieren golpear, más autoridades o políticos que prefieren reprimir y por supuesto, más periodistas que siguen siendo agredidos por hacer su trabajo.
Y esto último no lo escribo para convertir a los miembros del gremio en mártires, pero en esa experiencia, mientras durante todas las protestas los profesores nos agredieron, al día siguiente usaron nuestras fotos para evidenciar “el abuso policíaco” que habían sufrido y después, continuaron agrediendo.
Los mariachis nunca dejaron de tocar.
Así se vivió…
POB/LFJ