Una de las grandes cualidades del deporte es el poder de convocatoria que tiene sobre otras actividades sociales, dos factores son importantes para ello: La credibilidad y la esperanza de las grandes hazañas.

Los dos están en serio peligro, la mercadotecnia, el interés comercial sobre el deportivo, las diferencias abismales de presupuestos entre las organizaciones deportivas, el indiscriminado número de sanguijuelas que tiene este entorno.

A veces quisiera regresar a la ignorancia de lo que hay detrás y alrededor del deporte. Pensar únicamente en que hay un grupo de jugadores (jugadoras) que luchan, sin otro afán más que el del triunfo, por el amor a sus colores, por la representación de una ciudad, región o país, simplemente por el deseo de ganar, de demostrar la mayor capacidad sobre el rival.

La realidad es que después de 20 años de trabajar entorno del deporte hay tanta porquería alrededor, tanto personaje obscuro y que incluso sale a la luz para beneficiarse de esta actividad, que en muchas ocasiones uno termina con esa sensación de asco y vergüenza que no le dejan las más mínimas ganas de regresar a ver un partido.

Esta construcción del ídolo de barro tan frágil y sostenido por los intereses económicos, por fanatizar a la gente entorno a un atleta, a un equipo, sin darle análisis, ni razonamiento, simplemente explotando el sentimiento de un aficionado ignorante en la mayoría de las ocasiones, que no tiene memoria y que es resultadista a más no poder.

En medio de este entorno que pone en serio peligro la magia del deporte, todavía tenemos historias que nos regresan a ese punto donde todo lo atractivo de esta actividad regresa a nuestra mente.


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La historia del Leicester City en Inglaterra es mágica, un equipo pequeño que está a nada de conquistar una de las ligas más grandes del mundo, de las más afamadas y organizadas.

La Premier League cuando surge como proyecto de competencia rompió cualquier esquema establecido. Un circuito que se preocupó por todos los aspectos: Deportivo, comercial, aficionados, seguridad, paridad entre las organizaciones.

Solamente bajo estas condiciones es posible mantener estas posibilidades de que un equipo “pequeño” pueda aspirar al título, en otras ligas es imposible, las diferencias son tantas en lo económico, en la repartición de utilidades, que deja sin ninguna opción de que un equipo de media tabla para abajo pueda ganar o siquiera ser protagonista.

En la Premier League un equipo que el año pasado apenas si pudo mantenerse en el máximo circuito, hoy podría coronarse. Su mejor resultado es el subcampeonato en la década de los treintas, por lo que esta temporada es algo inaudito.

Este caso regresa esa posibilidad de soñar cuando un equipo inicia una competencia, donde todos deben de tener el derecho de aspirar al protagonismo, a la posibilidad de hacer soñar a sus aficionados, a que puedan ganar partidos a los “grandes” del torneo.

Eso pasa en los circuitos profesionales que se preocupan por el aspecto deportivo como fuente de negocio, no al revés, donde el negocio va por encima de los deportistas, de las organizaciones y de todo.

Cuando una competencia empieza, todos los equipos deben de tener la posibilidad de ganar partidos, si perdemos ese escenario, si desde el inicio de los juegos no hay más que esperar cuántos goles le mete un equipo al otro, si no hay interés, si el pequeño sale a pedir autógrafos, si no puede competir, la expectación por el deporte está en peligro de extinción.

POB/JS