Ya pasó el último escollo…


Logramos superar el “peligro” del día del informe. Tras un “entregas y te vas”, vino una ceremonia priìsta de muy buen gusto en que Felipe Calderón, con todo y banda presidencial, se dirigió al pueblo.


Venía el segundo problema. El famoso “grito”. Nadie. Nunca. Por donde le busquen, puede decir que el 15 de septiembre sea un día festivo. No olvidemos que esta tradición viene de la necesidad de “legitimar” (¿Dónde habré oído esto?) a don Porfirio como jefe supremo de nuestras instituciones.


Entre asesores bien enterados (cual deben ser los asesores) y un orgullo personal totalmente justificado y justificado, muchos recordaron que el 15 de septiembre era día del onomástico y cumpleaños del señor general presidente. De ahí a concluir, según los textos históricos, que la “madrugada” del 16 era la noche del 15, el paso estaba dado.


Esto, además es muy mexicano. ¿Qué no nos encanta celebrar la navidad la noche anterior? ¿Qué no preferimos festejar a san Silvestre en vez del año nuevo?


El hecho es que la noche del grito está institucionalizada, igualito que la revolución.


Hace un año, don Vicente corrió a Dolores Hidalgo, porque le sacó a “gritar” en el Zócalo de México. Por poco y se le olvida que, tradicionalmente, el último grito de cada sexenio se da desde el lugar de sus orígenes.


Hubo un momento de angustia…  Habría cinco gritos… El de cada uno de los tres presidentes que tiene México, el de Marcelo Ebrard y el de doña Rosario Ibarra…


Si, leyó usted bien. México es el único país del mundo que tiene tres presidentes: el “constitucional” (o “espurio”, según las fuentes consultadas), el “legítimo” y el que se niega a abandonar el título. Un grito sería en el Zócalo, el otro en un pueblo de Oaxaca y el último en el rancho de San Cristóbal.


Alguien le explicó al tercero que no podía hacer eso, porque era ilegal, y hasta al tambo podría ir a dar…


Los otro cuatro sí se dieron. En Oaxaca, porque “alguien” le cedió el lugar al señor “legítimo”. En el Zócalo, porque, pus ni modo, era su día, su obligación, su privilegio y su deber…


Ebrard lo hizo tempranito, pá no estorbar y más tarde, doña Rosario a nombre de “los libres”. Todos en paz y tranquilidad.


Si me apuran, e insisten en que haga gala de mis dotes de cronista social, les diré que la señora Calderón pudo haber escogido un modelito más, sino adecuado, bonito, para la fiesta… Eso de ir disfrazada de “indita” no me latió en lo más mínimo. Igual, al otro día, el chamaco vestido de coronel (tenía 3 estrellas, las conté), saludando como general al paso de las tropas.


Pero ya. Ya terminó esta pesadilla. Ya pasaron las fiestas patrias. Próxima cita: el 20 de noviembre. A ver qué hacemos entonces.


En Puebla, el gobernador gritó como se esperaba (aunque sin apoyo de los “vivas” grabados de que gozó don Felipe). Se veía un poco triste don Enrique: era su última vez. Su señora y la de Olivares (Perícles pá los cuates) se pelearon un rato el lugar en el balcón. No llovió. Mari Loli sacó de la naftalina, como cada año, su traje de charra. Juan Carlos y Sandra transmitieron cuando a todos les valía lo que había pasado, una hora antes.


Mucho de lo chistoso de esta vez ya no volverá a suceder. Sabemos que el año próximo, don Felipe va a poder gritar sin broncas y que don Mario estará acompañado por otros. Al respecto, ¿puedo sugerirle señor gobernador, que haga lo mismo que el patrón? Salga solito, con su familia al balcón. Se va a evitar muchas broncas. O por lo menos se las va a evitar a las esposas de sus “colaboradores”.


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