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Personaje ícono de la historia nacional. Su acción fue la que le dio el triunfo final a las armas insurgentes.

\"pipila\"

Puebla, Puebla.- La historia de México está plagada de íconos, imágenes, viñetas, que, más allá de la realidad, han alimentado nuestra imaginación desde pequeños. Así todos sabemos de Miguel Hidalgo arengando a la población de Dolores. Está presente en nuestro imaginario colectivo el acto desesperado de Jesús García, el héroe de Nacozari. Pensamos con ternura en el pequeño Narciso Mendoza, que ingreso a la fama como “el niño artillero”.

Uno de esos personajes es Juan José  de los Reyes Amaro, el “Pípila”. Desde su realidad histórica hasta la factibilidad física y humana de su hazaña, es un hombre que llama mucho la atención en la iconografía popular. Sería el responsable de nuestra independencia.

Para Jorge Ibargüengoitia, agudo e incisivo escritor, no existe la menor duda, a Juan José le decían “Pípila” porque tenía cara de guajolote. En su novela “Los pasos de López” en la que pretende desmitificar la figura del Cura Hidalgo, “El Pípila” es sustituido por “El Niño”, cañón hecho con las campanas de la iglesia y que sirve para tomar la Troje de la Requinta (Alhóndiga de Granaditas).

Sin embargo, en “Instrucciones para vivir en México”, Ibargüengoitia considera que un momento atractivo y borrado por la biografía oficial de Hidalgo es su encuentro con ese minero:


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“—A ver, muchacho, ¿cómo te llamas?

—Me dicen Pípila, señor.

—Pues bien, Pípila, mira, toma esa piedra, póntela en la cabeza, coge esa tea, vete a esa puerta y préndele fuego.

Es un personaje más interesante, ¿verdad? Sobre todo, si tomamos en cuenta que el otro le obedeció”.

Por su parte, Carlos Eduardo Díaz no acepta la realidad de nuestro personaje. Así lo describe en “100 personajes pintorescos en la historia de México”:

El Pípila. Juan José de los Reyes Martínez Amaro fue minero. Acompañó al ejército de Miguel Hidalgo a Guanajuato. Tomaron la ciudad, pero un último bastión defendían los españoles: La Alhóndiga. Mientras ésta no cayera, el triunfo insurgente sería imposible. Hidalgo supo que la única manera de tomar este depósito era incendiar la puerta. Por eso, exclamó con valerosa voz: “¡Pípila! La Patria necesita tu valor, ¿te atreves a quemar la puerta de la alhóndiga?”. Juan José no lo pensó. Se ató una losa a la espalda y, entre la lluvia de balas, cumplió su cometido gracias a una antorcha. Hermosa y patriótica historia. Lástima que es falsa. Hidalgo estaba demasiado lejos, a salvo de las balas, y “El Pípila” jamás existió.

En estos días de juegos cibernéticos y súper héroes capaces de casi cualquier cosa, el mito del Pípila es fácil de aceptar. Imagínese: un hombre común y corriente, con muy buena condición física, lo acepto, pero común y corriente al fin, poniéndose una piedrota en la espalda como escudo y arrastrándose con una antorcha en la mano… y ¡¡no dio tres pasos!! por lo menos se aventó unos cien metros! posiblemente un kilómetro, arrastrándose, digo, cualquier cosa que se diga del Pípila después de saber lo que \”hizo\” es válido y creíble.. Mientras lo diga la estampita siempre será verídico y confiable. Quizá fue el que más me impactó de niño y las estampitas no lo dibujan con una roca pequeña… Es una verdadera lápida sólida que al menos pesa sus dos toneladas.. ¡orale! era perfecto para ser un X-MEN.

Sin embargo, existen datos históricos que dan fe de la realidad del Pípila. Dicen que nació el 3 de enero de 1782, en la casa número 90 de la calle del Terraplén, de San Miguel el Grande, Guanajuato, con el nombre de Juan José de los Reyes, siendo hijo de Pedro Martínez y María Rufina Amaro. Estudió en su ciudad natal, pero en su juventud entró a trabajar a las minas de Guanajuato, como barretero y después encargado de un grupo de barreteros, a los que manejaba como jefe inmediato. Fue compadre del intendente Riaño, de la Alhóndiga de Granaditas, y cuando llegó la insurrección de independencia, con alguno de los mineros se enroló en las filas insurgentes, abandonando su trabajo y las comodidades logradas.

Los mineros le habían apodado, desde muchacho, el Pípila, nombre que se le da en el bajío al guajolote o pavo doméstico, quizá por las pecas que llenaban su cara dándole el aspecto punteado del plumaje de esas aves. Acompañó al ejército de Hidalgo, desde San Miguel el Grande, su pueblo natal, hasta Guanajuato, donde Riaño defendía la Alhóndiga ó depósito de granos y semillas, después de que la citada ciudad había caído ya en manos de los insurgentes. Hidalgo se presentó en Guanajuato el 28 de septiembre de 1810, instando a Riaño para que rindiera la plaza. Este se negó a entregarla y, como dijimos, se hizo fuerte dentro de la Alhóndiga.

Todos los embates insurgentes contra ella iban resultando inútiles, hasta que Hidalgo y los jefes insurgentes opinaron que sólo podría tomarse la alhóndiga si se quemaba su puerta principal, por la cual podrían pasar los asaltantes. Juan José Martínez arengaba a algunos soldados, cuando Hidalgo lo llamó y le habló de la necesidad de quemar la puerta. El Pípila dijo que él lo haría: se cubrió las espaldas con una losa, y tomando una tea encendida de las que usaban los mineros en los túneles, se dirigió a la puerta, entre una lluvia de balas, y le prendió fuego. La Alhóndiga pudo así ser tomada. El Pípila tomó parte en muchas acciones guerreras más y volvió luego a sus minas, viviendo una larga vida; pues murió el 25 de Julio de 1863, en la ciudad de Allende, Guanajuato.

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