El título de este artículo lo tomé de un volante que circuló en el acto de protesta contra el asesinato de Agnes Torres Sulca que se llevó a cabo el lunes pasado en el Zócalo de nuestra ciudad capital, en el que participó un nutrido contingente de miembros de las principales organizaciones defensoras de los derechos humanos de Puebla y de la comunidad lésbico gay.

En el citado volante se decía lo siguiente: “Agnes Torres Sulca: psicóloga, transexual, activista, defensora de los derechos humanos. Cobardemente asesinada en Puebla por homofobia, transfobia, asesinada por ser diferente. ¡Justicia!”
  
En esas breves líneas se describe con precisión el significado de ese acto proditorio: ciertamente se le arrancó la vida a un ser humano que no sólo quiso ser diferente por defender su derecho a aparecer con el cuerpo que le reclamaba la naturaleza,  sino también por respaldar a todos aquellos excluidos de la sociedad por haber osado mostrar sus inclinaciones sexuales.
    
No faltan las versiones que atribuyen las causas del crimen a “razones de tipo pasional”, como si fuera “comprensible” que ese tipo de situaciones las padezcan individuos como Agnes que no encajan en las definiciones aceptadas de lo que se considera como “normalidad”: esto es un reflejo monstruoso de los prejuicios de varios sectores sociales que de “dientes para afuera” rechazan los prejuicios contra los homosexuales pero que en su fuero interno los conservan intactos.
            
Sea cual fuese el móvil del crimen, las autoridades del fuero común están obligadas a desplegar de inmediato un gran esfuerzo encaminado a localizar a los culpables, a fin de evitar que se continúen perpetrando ese tipo de atrocidades, mismas que empañan la convivencia civilizada y el respeto a los más elementales derechos del ser humano.
     
A la vez, se torna urgente promover en Puebla una legislación enderezada a combatir la discriminación, sobre todo de las personas que como Agnes han decidido “ser diferentes” en su sexualidad. A ella la conocí precisamente hace alrededor de cinco años en un foro acerca de la problemática de la discriminación, del cual emanó una iniciativa de ley que nunca fue tomada en cuenta por nuestros legisladores. A raíz de los crímenes que se han perpetrado en estos últimos días (los medios de comunicación nos informan que, aparte de Agnes, han sido asesinados dos personas más, por causas tal vez distintas pero vinculadas a su sexualidad) sería conveniente que el Congreso local sacase de la “congeladora” a tal iniciativa de ley, a fin de contribuir a poner un alto a las atrocidades que se vienen perpetrando contra esas personas.
     
En dicho foro, los asistentes nos sentimos impresionados por la gran personalidad y cultura de Agnes, quien nos contó las peripecias que venía librando en su defensa de los marginados y excluidos por razones de tipo sexual. Por cierto, sin ningún tipo de veleidades “martirológicas”, nos habló de su experiencia personal, y de sus esfuerzos por ser aceptada por una sociedad que rehúye, si es que no detesta, a “los diferentes”.
  
Agnes fue una activista y una defensora de los derechos humanos cuyo prestigio desbordó  las fronteras de nuestro estado: su labor mereció el reconocimiento de decenas de organizaciones de la sociedad civil, no pocas de las cuales -como sucedió en el Distrito Federal y en Guadalajara-, organizaron actos de protesta por su asesinato.

En el acto que se llevó a cabo en el Zócalo de Puebla se le rindió un merecido homenaje por parte de varias personas que evocaron su generosidad y su invalorable apoyo como psicóloga, como académica y como defensora de los derechos humanos.

La mayoría de los presentes en el evento se trasladó a Casa Aguayo a fin de exigirle a las autoridades el esclarecimiento inmediato del crimen.
    
Esperamos que haya una respuesta expedita a tal petición, no sólo en homenaje a la memoria de Agnes, sino para el bien de toda la sociedad poblana.

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