Algunos aprueban, cabildean, debaten, increpan o de plano negocian según su humor y ánimo hormonal. Ellos son los “representes del pueblo”, muchos de los cuales hacen todo, menos defender los intereses y beneficios de quienes los eligieron, se trata de los diputados.
Y es que como están nuevecitos, algunos con envoltura y otros más reciclados que otros, los integrantes de la LXII legislatura se dicen listísimos para aprobar las “dietas”, perdón, las iniciativas.
Entre curules, tenebra, discursos y uno que otro pacto, varios de los integrantes de la Cámara Baja en San Lázaro, no escapan a los principales errores y desaciertos a los que todo diputado le debe huir.
Aquí algunos de ellos:
- Legislar como si estuvieran en la escuela, oprimiendo por inercia el botón de la tablet, sin saber qué aprueban.
- Llegar, pasar lista de asistencia y retirarse para desayunar, grillar o hacer otro tipo de amarres muy ajenos a la orden del día de la sesión correspondiente.
- Ser el faltista de la bancada y sólo presentarse cuando casi lo obligan.
- Tener el síndrome Salinas (ni los veo, ni los oigo), es decir, toda su atención la centran en el chateo, tuiteo y demás, pero no en la discusión de los temas legislativos.
- Convertirse en los diputados faranduleros, esos que a la menor provocación quieren hablar ante un micrófono y grabadoras para opinar, aunque no estén bien enterados de lo que se les pregunta.
- Ser el diputado “totalmente San Lázaro”, pero no porque se la pase en el salón de plenos, sino haciendo uso de todos los demás servicios y privilegios que tienen los legisladores sin salir del recinto (spa, restaurante, estética, etc).
- Formar parte del llamado Bronx, es decir, los diputados que meten mantas, toman la tribuna, se colocan máscaras, lanzan coca colas, etc.
- Convertirse en los diputados fantasmas, esos que ahí están, van a todas las sesiones pero nadie les conoce la voz.
- Estar entre el grupo de “los diputados taurinos”, esos que después de una comida o cena en la Condesa, terminan en “El Torito”.
- Padecer el síndrome “murciélago”, sí, los diputados que revolotean en lo oscurito y pactan detrás de sus bancadas.
- Ser uno de los “diputados panaderos” y no porque sean azules, no; sino porque donde quieran que van quieren charolear e imponer el fuero.
- Estar entre las diputadas “transformes”, sí, aquellas que llegan silvestres y salen como todo un tributo al botox y a los implantes.
- Utilizar cucharón y no cucharitas para aprobarse las jugosas dietas.
Y finalmente los diputados “chapulines” que son los más socorridos en San Lázaro, esos que apenas hace dos días que tomaron posesión y ya están en busca de gubernaturas, presidencias municipales y todo lo que se les ponga enfrente.
Sin duda legislar con la hormona sólo da como resultado leyes y reformas viscerales que impiden destrabar asuntos de interés, pero no por falta de acuerdos, sino por el grado de irresponsabilidad que muchos diputados aplican a la hora de cumplir con su trabajo.
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