
Son versiones aisladas, leyendas urbanas, corillos malévolos y anécdotas al estilo de “El hijo del Ajedrecista”, ahí están y para infortunio social tal parece que muchos de los engranes productivos de este país, se mueven sí, como grandes lavadoras de dinero proveniente del crimen organizado.
De aquellos capítulos colombianos donde a finales de la década de los 90 se nos contaba de un país sostenido por las garras del narcotráfico, hoy sin duda no sólo hemos vivido cada una de las terroríficas escenas que se han convertido en la inefable realidad.
Con episodios más que bizarros, los mexicanos somos partícipes de mirar los dominios “del llamado oro blanco” en diferentes círculos de nuestra vida cotidiana.
Hay quienes haciendo uso de los amarres y pactos sin fin, le entraron así sin más, al financiamiento de las campañas políticas, sin importar partidos, recato o mesada.
Los prestanombres viven su mejor momento comprando de todo y haciendo su agosto en la inyección de recursos en los sectores que tal vez –por lógica- nunca pensaríamos que han sido cooptados por los señores del narco.
Aviones, textileras, metalúrgicas, hoteles, equipos de futbol, cantantes, de todo como en botica, son parte de los activos de quienes podríamos catalogar como los hijos de Malverde.
Infiltrados hasta el tuétano de un país corroído por la corrupción, falta de transparencia y vulnerabilidad institucional, me pregunto si tendremos que cronometrar el inicio del fin. Y me refiero a esa etapa y momento donde las crisis como esta que enfrentamos, llega a un punto cero, donde no hay de otra, más que entrar, asumir y encarar.
Decirnos una y otra vez que el “dinero sucio” no ha llegado a los lugares más recónditos de este México, sería una franca y desdibujada falacia.
Están sí en todas partes, no sólo en los cárteles, ni en los penales de alta seguridad, no; están en la milicia, en el gobierno, en el sector privado, en los sindicatos, en todas partes.
Y es que en el recuento de estos daños, hay más danmificados de lo previsto por “los señores de la guerra”.
Miles de vidas se perdieron en cientos de frentes de batallas estériles; victimarios y víctimas se intercambian papeles en vendettas que han roto escalafones sociales.
Duele la amenaza, las ejecuciones, la extorsión, las traiciones sobre todo cuando la lucha ya no es entre sicarios, sino ha llegado a una sociedad que vive de su trabajo y que hoy es rehén de cuotas de protección a cambio de seguridad en su propia casa.
¿Dónde y cómo permitimos que el país llegara a estos extremos? La respuesta no es absoluta pero quizá contenga una mezcla de la desquiciante combinación entre corrupción, malos gobiernos y pobreza.
En una guerra tácita, donde de alguna manera hemos estado involucrados en un fuego cruzado, son innegables los selectos alcances de las duplas narco-política, narco-empresarios, narco-gobiernos.
Envueltos en una credibilidad desgastada, recurrimos a ubicar el lugar recóndito que no ha sido alcanzado por el crimen organizado.
Más tarde que temprano llegaremos a la zona cero, tocaremos fondo, tal vez, viviremos una catarsis similar a la colombiana, misma que le permitió exorcizar a los malos y esperar los nuevos tiempos.
En tanto, seguimos lidiando con nuestros propios demonios, estos cuya fragilidad vive y se enriquece a base del “cristal” absoluto de los desvaríos que nos mantienen atrapados en una deplorable y cruda realidad.
@rubysoriano
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