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Foto: Es Imagen

Algo pasó en la política nacional porque las esposas de los hombres públicos se convirtieron en el eje politico de la gestión de sus maridos. La muestra más espléndida es sin duda Angélica Rivera, cónyuge de quien gobernará a los mexicanos a partir del próximo 1 de diciembre.

Lo mismo ocurre con los matrimonios de otros gobernantes hombres donde la mujer de la casa representa la sensibilidad, la bondad e incluso hasta la inteligencia que atempera u oculta las tarugadas del político en funciones de Ejecutivo. Basta un poco de fama -como es el caso de Angélica- para distraer la atención del pueblo ávido de paradigmas y, por ende, de la esperanza que hace menos trágica la pobreza ahora entreverada con la ola criminal y la corrupción que flagela a México.

Basten otros dos ejemplos para afianzar esta mi tesis, si usted quiere pueblerina. Uno de ellos es Beatriz Gutiérrez Müller y el otro Rosalinda Bueso, esposas de Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, respectivamente. Las dos le han dado lustre a la presencia de sus compañeros de fórmula matrimonial: les mejoraron la imagen para ser vistos como hombres familiarmente estables y definidos, además de vigentes en el contexto de la política nacional.

Y si lo anterior no fuese suficiente o con efectos concluyentes, incluya el lector a la controvertida Martha Sahagún y a la cordial e inteligente Margarita Zavala, cada cual en su respectivo protagonismo de Estado.

Viene a cuento la reflexión porque acá en Puebla se ha regateado la presencia pública de Martha Erika Alonso de Moreno Valle. Esta “modestia” inducida podría deberse al alto perfil (a veces exagerado) que ostenta o le han fabricado a su cónyuge, el mandatario Rafael Moreno Valle. Sólo la vemos en la escena pública cuando el protocolo gubernamental exige su aparición al lado del gobernante, su esposo. Es digamos que el mejor activo personal de Rafael, fortaleza paradójicamente desaprovechada por quién sabe qué razones.

Para contrastar lo que acaba usted de leer, observe la actividad pública de Gabriela Moreno Valle Rosas, esposa del secretario general de Gobierno, Fernando Manzanilla Prieto. Ambos nos han obsequiado su presencia en una intensa actividad pública respaldada por programas de interés tanto mediático como social. En otras condiciones, digamos que diferentes, la dinámica de este matrimonio ya habría causado prurito al titular del poder Ejecutvo de Puebla. Sin embargo, no ha ocurrido esta llamémosle reacción natural, en virtud del afecto e intereses familiares y políticos que unen al Uno con los otros dos.


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Lo que viene -así lo percibo- es algo que me atrevo a llamar el renacimiento de Martha Erika. Lo digo porque las coordenadas políticas obligarán a los estrategas del gobernador a incluir a su esposa en el protagonismo mediático concebido para reposicionar la imagen de Moreno Valle en el gobierno peñanietista, precisamente involucrando a Martha Erika Alonso con el otro protagonismo, el de Angélica Rivera. Aunque distantes en el origen de la fama pública, las “primeras damas” mencionadas podrían acoplarse e incluso hacer una buena amistad siempre y cuando se establezca un conveniente acuerdo para impulsar algunos de los programas sociales que den solidez a las acciones de gobierno de sus maridos. Ambas tienen personalidad y carisma como para convencer a los gobernados sin anteponer las diferencias partidistas o culturales e incluso ideológicas. Y a las dos les conviene hacer un pacto de mutuo apoyo en el que, obvio, Puebla y su mandatario saldrían ganando.

En fin, esto de la política se parece a las telenovelas. Puede ser una trama con mensajes constructivos y hasta culturales, o convertirse en un “culebrón” en el cual sus protagonistas estén sobreactuados al grado de fomentar desde la pena ajena hasta la sonrisa compasiva. Dependerá de la capacidad actoral de los meros-meros quienes, en el caso que nos ocupa, está comprobado, son dos histriones de la empatía.

@replicaalex
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