Con la llegada a la Presidencia de Enrique Peña Nieto, asistimos a la restauración de la ortodoxia política, la sobriedad republicana, el rescate de la dignidad de la investidura presidencial y el discurso de contenido político así como la concertación con las diversas fuerzas ideológicas.

Quedó atrás el águila mocha y los colorcitos ridículos del arcoíris, cualquier cosa que esto signifique. Llegó  el escudo nacional completo y en relieve, sobre un fondo plateado, elegante y austero. Dejamos en el vergonzoso recuerdo los chacoteos, el dirigirse primero a los hijos y después al Congreso, la entrega de un crucifijo en mitad de la ceremonia de protesta, el asistir a dar gracias a la Virgen de Guadalupe en un Estado laico. Por otro lado se fue el señor del autoelogio, de la estridencia, de la violencia para combatir la violencia y en contraste en otras ocasiones el del chiste ridículo, las canciones desentonadas, el ceniciento que esperaba que la carroza no se convirtiera en calabaza, el que se arroja de una tirolesa para niños, gritando que quién lo va a cachar.

Peña Nieto pudo haberse acogido a las reformas constitucionales que le permitían rendir protesta en escenarios más cómodos, desde las mesas directivas del Congreso hasta una reunión privada con el Presidente de la Suprema Corte. Sin embargo, optó por el escenario republicano: el pleno del Congreso de la Unión. El peligro estaba latente; podía repetirse la bochornosa escena de la protesta de Felipe Calderón, por la puerta trasera, entre empujones, gritos e insultos. No obstante se arriesgó, confió en la capacidad de negociación de Manlio Fabio Beltrones y de Emilio Gamboa Patrón. Y a pesar de algunos gritos e insultos de los duros del Legislativo, pudo hacerlo de manera digna.

El escenario de las diputadas priistas con su bufanda roja atrincheradas en la entrada a la tribuna, del lado de los diputados de izquierda para obligarlos a retirarlas por la fuerza si es que decidían tomarla, dio un toque distintivo de la fuerza femenina en el Congreso.

Por su parte Felipe Calderón llegó antes que Peña Nieto, éste no tuvo que esperar a que se acabara de bañar el presidente saliente, como le pasó a Calderón con Fox el día primero de diciembre del 2006. Sus pasos eran lentos, como si no quisiera llegar al momento de entregar la banda presidencial, tan fue así que se acercó a la escolta del Colegio Militar para agradecerles su apoyo. La entrada por la puerta principal, que no pudo hacer hacía seis años, estuvo rodeada de insultos de “asesino” y “que Dios te perdone Felipe” de parte de los diputados de la izquierda. Al llegar a la tribuna y desprenderse de la banda, lo hizo enrollándola como uno de los misales de los religiosos. La tomó con nostalgia, le dio un beso y la entregó al presidente de la Cámara de Diputados, para que éste a su vez se la diera a Peña Nieto. Lo extraño es que no era la que él usó, sino la que se fabricó especialmente para el nuevo primer mandatario, así que le dio el beso del diablo. Seguramente fue limpiada con gel desinfectante. Salió con mayor nostalgia que cuando llegó encorvado y triste dispuesto a pasar el fin de año en España, probablemente en Barcelona en donde lo acogerán con gusto después de haberles dado trabajo en sus astilleros y preparándose para el intenso frío de enero en Boston.

Para el mensaje a la Nación fue escogido el Palacio Nacional, no un auditorio en donde se presentan espectáculos frívolos. El escenario lucía sobrio y elegante con los mismos escudos grabados sobre fondo plateado y sólo una columna con los colores de la bandera.

La sorpresa la asistencia de Josefina Vázquez Mota, su opositora en la contienda electoral, quien no había hecho acto de presencia en ninguno de los actos de Felipe Calderón.  Los resentimientos, se ve, fueron graves y profundos.

Su discurso resultó lleno de esperanza para los mexicanos; incluyente con las ideologías antagónicas; de reconocimiento a nuestras carencias pero sin catastrofismo, sin decir que Dios lo había puesto en el lugar de las doce plagas apocalípticas para poner a prueba su estoicismo, como señalara su antecesor.

Lo más significativo fueron sus trece decisiones: El programa de prevención del delito; el desistimiento de la controversia Constitucional sobre la Ley de Víctimas; la unificación en un sólo ordenamiento de los Códigos penales y de procedimientos penales; la cruzada nacional contra el hambre; el seguro de vida para las jefas de familia; la ampliación del programa 70 y más; el establecimiento del servicio profesional de carrera docente; la aceleración del programa de infraestructura carretera, ferroviaria y de puertos del país; el regreso de los trenes de pasajeros al país; el acceso a banda ancha y a cadenas de televisión abierta; la ley de responsabilidad hacendaria que ponga orden en los gobiernos locales; el envío de un paquete económico con cero déficit para el 2013 y el envío al Congreso de un Decreto que establezca medidas de austeridad y disciplina presupuestal para tener un gobierno eficaz que haga más con menos.

En estas decisiones se encuentran muchas de las propuestas de los partidos de oposición, como Peña Nieto mismo lo reconoció  en la firma del Pacto por México. Esta capacidad política para lograr acuerdos en las coincidencias, respetando las divergencias nos hacen tener grandes esperanzas en que como él mismo lo dijo es el tiempo de México. Que se acabaron los rencores, los odios, la mecha corta y que se privilegia el resurgimiento de nuestro país.

Desgraciadamente algunos no lo han superado y vimos como los “fúricos” denominados “Bloque Negro”, se organizaron en las redes y salieron a provocar a la fuerza pública con piedras palos y bombas molotov, tal vez esperando tener una víctima mortal para seguir sembrando el odio y el resentimiento. Escuchamos cómo el diputado Ricardo Monreal en forma totalmente irresponsable declaró en la Cámara que había una persona fallecida, cuando esto estaba siendo desmentido por la Cruz Roja. Andrés Manuel López Obrador dijo que desconocía como Presidente a Peña Nieto y que exigía la destitución del secretario de Gobernación y del encargado de Seguridad Nacional, por haber agredido a los estudiantes.

En contraste, Marcelo Ebrard aseguró que fue algo orquestado, un ataque bárbaro contra la ciudad de México; dijo que el Hemiciclo a Juárez, la Alameda, los Hoteles, tiendas y automóviles no tienen nada que ver con lo sucedido en San Lázaro.

El cambio está presente. Todo indica que tendrá éxito y que el escenario nacional será distinto, especialmente en lo que respecta al acotamiento del poder de los gobernadores; que se apoyaran las propuestas de la sociedad, sean de la fracción parlamentaria que fuere. Por el bien de México esperamos no equivocarnos.

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