Igualito como sucede con los seres humanos, ahora la moda consiste en acusar y, por ende, sentenciar a los perros de cualquier delito. Ahora toca a los canes, considerados, a priori, culpables, demostrar su inocencia. Eso fue lo que sucedió en la delegación Iztapalapa de la Ciudad de México.
Quiero creer que, en sus tiempos como procurador de justicia, el señor Miguel Ángel Mancera nunca hubiera autorizado un ridículo similar. Tampoco lo hubiera permitido el doctor Mondragón y Kalb en sus funciones de jefe de la policía. Sin embargo, sus sucesores no lo dudaron ni un instante. Culparon a los perros callejeros del cerro de la Estrella de asesinato.
Evidentemente, muchas organizaciones de protección de animales pusieron el grito en el cielo y hasta convocaron a manifestaciones multitudinarias en el Zócalo capitalino. Los responsables del error no saben hacia donde voltear. El antirrábico ya informó que los detenidos no cumplen con las características criminales que se esperaban de ellos. Dicen que serán dados en adopción. ¿Usted les cree? Yo tampoco.
En paralelo, se ha desatado un enorme movimiento en sentido contrario. Muchas voces se han alzado pidiendo el sacrificio simple y sencillo de todos los perros callejeros, tanto del Distrito Federal como del país todo. ¿Cómo lograr ese propósito? Quién sabe. Quizás el antirrábico de Puebla les pueda dar una mano. Recordemos hace unos años, no mucho, en que se comprobó que la “autoridad” encargada de protegernos contra la fauna nociva encontró una solución sencilla: tiraban a los animales en periférico.
No dudo ni un instante que lo sigan haciendo, solamente ahora actúan con mayor precaución y cuidado.
Los argumentos anti perros vienen de la enorme reciente matanza de pollos y gallinas contaminadas con la gripe aviar. También recuerdan aquella campaña, ya olvidada, del famoso “rifle sanitario” que tuvo su auge a principios del siglo pasado.
Toda similitud con la política de control racial puesta en marcha por la Alemania nazi es mera coincidencia. Sin embargo, los defensores de la matanza generalizada de perros hablan mucho de cámaras de gases y de hornos crematorios para deshacernos de quienes son conocidos como “los mejores amigos del hombre”.
Pero los canes no son negros, ni judíos, ni gitanos, como aquellos perseguidos por Hitler por el sólo hecho de ser parte de “razas inferiores”.
Es evidente que la proliferación de animales sin dueño a lo largo y ancho del territorio nacional, y sobre todo en las zonas urbanas, se ha convertido en un problema de salud pública y, como tal, debe ser tratada. No dudo que los dos movimientos enfrentados tengan, ambos, algo de razón. Pero ambos pecan por exageración. Uno, no se puede liberar a todos los perros “presos” en los antirrábicos. Dos, tampoco se pueden “poner a dormir” los millones de animales que vagan por nuestras calles.
Por lo tanto, todos nos debemos poner a trabajar, cada uno en lo que le corresponde. Los dueños de mascotas cuidando y disfrutando a nuestros amigos peludos. Los grupos de protección poniendo en marcha programas de adopción, creando consciencia. Los grupos “asesinos” tratando de entender el fondo del problema y buscando soluciones menos drásticas y que sean posibles. Finalmente, los policías, los ministerios públicos y las procuradurías haciendo su trabajo que es arrestar a “los malos” y no andar inventando culpables, así sean perros, empezando por averiguar quiénes son los culpables de los asesinatos (ya se comprobó que no fueron los perros).
Parafraseando a Benito Juárez, me atrevería a decir que “entre los hombres y los perros, la convivencia respetuosa es la paz”.