En los últimos días, hemos presenciado en la televisión, dos ritos de diversa índole, pero iguales en aspectos histriónicos y en la espectacularidad y simbolismo utilizado para impresionar a sus seguidores.

En el caso de la muerte de Hugo Chávez, las manifestaciones de duelo de parte del vicepresidente y ahora presidente encargado, Nicolás Maduro, fueron un espectáculo tan  estridente que por momentos pasaba del drama a la comedia.

Sin dejar de reconocer que Chávez fue un líder carismático, echado para delante y que con acciones populistas conquistó a los pobres de Venezuela y a los líderes de los países socialistas, no podemos menos que asombrarnos por la forma en que Maduro usó su memoria con la intención de posicionarse políticamente.

Utilizando los símbolos patrios, Maduro toma una réplica de la espada de Simón Bolívar y la entrega al “segundo libertador”, “al líder supremo de la revolución”. Ase  la espada, la saca de la cubierta y la coloca sobre el féretro. Mientras muchos de los miembros del gobierno se enjugan las lágrimas.

A continuación, pronuncia un discurso diciendo que el alma de Chávez era tan grande que ya su cuerpo no la aguantaba. Y agregaba: “aquí esta, invicto, puro transparente, único, verdadero, vivo para siempre para este y todos los tiempos futuros”.

Lo considera un redentor enviado por Cristo. Todo esto frente a 33 mandatarios de diversas partes del mundo y enviados especiales, incluso, del  odiado “imperialismo yanqui”.

Además ponen a la vista durante siete días, el cadáver del comandante en la Academia Militar en donde estudió; quieren que todos sus seguidores puedan verlo; lo embalsaman para exhibirlo en un museo como los grandes líderes socialistas.

Después viene el juramento de Nicolás Maduro como Presidente encargado, con una mini Constitución en la mano, que parecía un celular y con estridencia dice: ”Juro a nombre de la lealtad más absoluta al comandante Hugo Chávez, que haremos cumplir esta Constitución bolivariana…

Después vuelve a jurar frente al féretro casi al borde de las lágrimas. Esta presunta canonización de la figura del supremo comandante, es tan desproporcionada que provoca hilaridad.

Aunado a ello, la aseveración de que su enfermedad fue causada por su entrega a los pobres y después que se debió a la inoculación del cáncer a cargo de los enemigos norteamericanos.

Todo esto parece parte de la campaña política que se ha iniciado hacia las elecciones del mes de abril, en un ostensible menosprecio a la inteligencia de los venezolanos.

Por otra parte, presenciamos en tiempo real y a todo color el proceso de elección del nuevo Papa, que sustituirá al que renunció sin dejar de señalar la hipocresía y la división en la Iglesia Católica.

Por cierto, Ratzinger será el primero en la historia que podrá ver las ceremonias de su sucesión, cómodamente instalado en sus aposentos.

Aquí, todo son símbolos, desde los vestidos de los cardenales de un rojo estridente, acompañados de delantales de encaje, marcando una contradicción entre la política misógina de discriminación a las mujeres, y el uso de faldas y accesorios femeninos por sus más altos prelados, incluyendo al Papa.

El encierro bajo llave para esperar la inspiración divina, como una reminiscencia de cuando un príncipe los mantuvo cautivos a pan y agua, para que decidieran sobre quién sería el Papa; ya que llevaban años sin ponerse de acuerdo.

El juramento antes de entrar: nunca dirán, bajo pena de excomunión, lo que sucedió en el Cónclave. Sin embargo, a pesar de ello, muchos lo han violado tiempo después de su realización, por razones relacionadas con el poder y la naturaleza humana.

Y por último, la espera de la “fumata bianca” para saber que ha sido electo el Papa, resulta un acto obsoleto en esta era de las comunicaciones electrónicas. Lo paradójico: se instalaron inhibidores de señales electrónicas para impedir que se filtre a la prensa lo que sería una primicia.

Todos los símbolos que se usan en estos ritos, son para impactar a los creyentes en cualquiera de los dos cultos (parece que con éxito), feligreses que me merecen un gran respeto.

Para unos observadores, resultan exagerados y a otros les parece una comedia chusca, adornada con los estrafalarios uniformes de los guardias venezolanos y suizos.

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