La denuncia del PRI ante la FEPADE, en la que acusan al gobierno de Moreno Valle de incurrir en una “elección de Estado”, ha sido motivo de burlas despiadadas, y con razón. Lo más amable que se ha comentado al respecto es que tanto el líder estatal del PRI y el delegado nacional, Pablo Fernández y Fernando Moreno Peña, tienen el síndrome de “El Peje”

Hizo bien Enrique Agüera, el candidato a la alcaldía capitalina por parte de la Alianza 5 de Mayo, en no hacer algún comentario al respecto, limitándose a señalar que “él está enfocado sólo en su campaña, que es un candidato de propuestas”… “Mi trabajo como candidato es caminar la ciudad y hablar con la gente (…) debo dialogar, escuchar y proponer”.

Da la impresión, en ese sentido, que el aparato del tricolor se ha convertido en un verdadero estorbo para la campaña de Agüera. Aparte de los tropezones de Moreno Peña y Pablo Fernández, la estructura del PRI se observa muy lenta y pesada, como si se tratara de una carreta que no logra agarrar el paso.

Asimismo, la estrategia de comunicación priísta se distingue por su falta de de imaginación.  En lugar de corresponder al planteamiento de Agüera de acercarse a los sectores más pobres, parece obsesionada en lanzar “slogans” vacíos, dirigidos a un público indefinido.  En lo referente a su trabajo en las redes, se ha centrado en sobre explotar el “affaire” de la UDLA, tratando de conferirle un efectismo similar al escándalo de Peña Nieto en la Ibero.

En cuanto a la denuncia ante la FEPADE,  la gente se limita a comentar, no sin ironía, “¡ahora resulta que el PRI ha dejado de ser el victimario electoral para convertirse en la víctima!”

Evoco al respecto, aquellas célebres palabras que escribió Maquiavelo en su libro Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio

Quien ha aparecido como bueno por un tiempo y quiere, por su conveniencia, volverse malo,  lo debe hacer con las convenientes etapas, y conducirse de talmodo con la ocasión, que antes de que el cambio de naturaleza le arrebate los antiguos favores, haya ganado tantos nuevos que no vea disminuida su autoridad. De otro modo, encontrándose descubierto y sin amigos, caerá”.

Lo mismo es válido a la inversa : esto es, aquél que durante mucho tiempo ha aparecido como malo y quiere, para su conveniencia, aparecer como bueno, lo debe hacer también de manera sutil, “con las convenientes etapas”.

Aplicando esas palabras al PRI, resulta absurdo –si es que no ridículo—que este partido se presente como “víctima” de una “elección de Estado”, siendo que hace apenas unos meses, durante los comicios federales, incurrió en todo un cúmulo de irregularidades contra el candidato de Morena (entre las  que destacó el tristemente caso de las tarjetas Soriana), Andrés Manuel López Obrador, mismas que un amplio sector del electorado aún tiene presentes.

También han resultado muy ineficaces los intentos de “vender” la idea de que respaldan la campaña del PRI determinados destacamentos  a los que se  ha bautizado como “izquierda verdadera”, tal como sucedió hace unos días, en los que se presentó a unos supuestos dirigentes de  Morena como simpatizantes de la campaña de Agüera. De inmediato los líderes de esta organización en la entidad se deslindaron de aquellos, aclarando que tenían autoridad moral y política alguna para asumir dicha postura

Da la impresión, pues, de que nos encontramos –como se dice popularmente—ante puros “palos de ciego”. ¿Es que acaso el PRI ha perdido, de plano, la lucidez política?

Escribía Dostoievsky, en su novela El adolescente :  “Hay individuos que saben que el abismo está ahí, frente a ellos, y sin embargo corren hacia él”.

Algo semejante ocurre con el tricolor.

Desde luego la culpa no es de los priístas de “vieja cepa” (ya que éstos han sido desplazados de los lugares donde se toman las decisiones), sino de los advenedizos como Moreno Peña y Fernández del Campo, quienes parecen dispuestos a  conducir a su partido a una verdadera catástrofe electoral.

Pero, como dicen por ahí, “en el pecado llevarán la penitencia”.