El dinamismo social, la acelerada transculturación y la revolución tecnológica son términos asociados a la idea de Aldea Global, cuyo propósito es reducir las brechas comunicacionales entre individuos de cualquier país, permitiendo que los flujos de información posibiliten a las sociedades encontrar nuevas y mejores maneras de satisfacer sus deseos y necesidades.
Podemos decir que “somos más ricos que nunca en conocimientos pero más pobres en sabiduría”. Es decir, tenemos una serie de conocimientos puestos a disposición pero al mismo tiempo, estamos perdiendo la capacidad para comprender lo que está sucediendo con nuestro entorno. Aunado a esto, y gracias al sistema interrelacionado en el que nos desenvolvemos, acompañado de una estrepitosa velocidad de cambio, la sociedad vive y se ha acostumbrado a vivir en “incertidumbre”.
Esta incertidumbre producto de la complejidad de nuestra época, obliga a pensar y demandar del Estado (entendido como la organización social garante de los derechos básicos) nuevas y mejores prácticas político administrativas para cumplir con la expectativa social.
Es por ello, que las organizaciones públicas deben en todo momento sofisticar sus mecanismos de interpretación y adaptación a la realidad. En este sentido, será necesaria la modernización del estado, definido con una clara orientación hacia lo que el ciudadano piensa y quiere mejorar, dando como resultado un eficiente y eficaz empleo de los recursos con los que cuenta el Estado.
Dicha modernización obliga sin duda, a concretar en los hechos – y no más en el discurso- mecanismos que faciliten y mejoren la transparencia y rendición de cuentas, toda vez que las sociedades (producto de esa idea de Aldea Global) exigen cambios organizacionales más específicos y congruentes con la propia dinámica.
Aunado a esto, la idea de que la gente viva más años y con una mejor calidad de vida, pone en tela de juicio la teoría del “derrame” según la cual el progreso económico se extiende por sí solo hacia los grupos más vulnerables de la sociedad.
Es por eso que la idea de “gerencia pública” adquiere mucho más valor en nuestros días. Principios como la productividad, hacer las cosas bien a la primera, maximizar recursos, la innovación administrativa, planeación estratégica, gestión de la calidad; entre otros, han sido exclusivos del sector empresarial. Sin embargo y en estos días de crisis económica y de legitimidad, se torna fundamental y prioritario para cualquier agenda de gobierno, la puesta en marcha de acciones que hagan al estado más competitivo en su actuar.
Gerenciar desde el Estado implicaría entonces, aplicar instrumentos que hacen productivo el desempeño del sector privado en el sector público. Implica además una clara visión de servicio y atención al ciudadano/cliente, sistemáticamente tiene que ver con el aseguramiento de la calidad en la prestación de todos sus servicios, gerenciar tiene que ver con la selección adecuada del personal que formara parte de organización, toda vez que son los colaboradores los que representan a la organización frente a los usuarios. Difícil pero necesario, la idea de gerencia implica también romper con esquemas tradicionalistas y burocráticos que han mermado la actividad gubernamental, que la han hecho lenta y deficiente.
La idea de un estado inteligente, alejado de posturas paternalistas, mucho más fuerte en términos de regulación y con características estratégicas consolidadas en la atención del ciudadano, pueden ser las cualidades que brinden certidumbre, frente la incertidumbre de lo global.
El problema es: ¿Quién le entra?
@javiercaste84