No hay duda: Pablo Fernández del Campo ya es parte del anecdotario del PRI poblano. La estruendosa derrota dejó en duda su comportamiento político: si fue honesto o traicionó los principios y la ética; si se llevó de corbata al delegado o si éste lo arrastró hacia los meandros electorales que forman el sedimento del pasado priista, el de las tragedias combinadas con corruptelas.

Trataré de atemperar el comentario anterior con algunos recuerdos.

Primero, el dramático ocurrido el 20 de octubre de 1933 en las oficinas del partido en cuestión:

El entonces diputado federal Rafael Lara Grajales, presidente del PNR local (antecedente del PRI poblano) y su ayudante-chofer, protagonizaron la desventura amorosa que a los dos les costó la vida. El móvil de la tragedia quedó sin aclarar debido a la obligada discreción que en esa época se acostumbró para salvar la fama pública de las mujeres y el prestigio de los políticos (primer eufemismo). La versión más creíble de este episodio sangriento, estableció que en un arranque de celos el ayudante mató a su jefe para enseguida suicidarse con la misma pistola.

¿Qué hubo detrás de aquel crimen-suicidio?

Se comentó que los protagonistas del drama discutieron por el amor (segundo eufemismo) de la esposa del ayudante y chofer del político, el joven teniente que por celos decidió convertirse en homicida y suicida.


publicidad puebla
 

Otra remembranza para mitigar el fracaso del cuestionado Pablo:

Década 60-70 del siglo pasado. En el mismo lugar.

Don Sacramento Jofre: tengo instrucciones de muy arriba: quieren que Usted sea el suplente de Esteban Rangel Alvarado, amigo del señor Presidente de la República —dijo el delegado nacional del CEN del PRI.

¡No señor! —Respondió molesto el líder agrarista—. ¡Nunca seré suplendejo de nadie! Me daría rete harta vergüenza que en vez de morir con la frente en alto dejara este mundo con el morrillo ése que se forma cuando se vive con la cerviz inclinada.

—Es que el Presidente tiene especial interés en

Pues dígale que no acepto —paró en seco Jofre valiéndose de su tono de líder autoritario.

Entonces ayúdeme, deme una solución: ¿a quién nombramos suplente? Usted escójalo —condescendió el delegado.

Don Sacramento lo pensó cinco segundos y encontró la respuesta:

— ¡Ya sé! —Espetó sonriente— Que sea Pachequito, mi chofer

De acuerdo don Sacramento —aceptó el enviado del PRI—. Entonces dígale que cuanto antes me traiga sus documentos, los que tenga. Si falta algo nosotros lo resolvemos.

El candidato Rangel Alvarado hizo su campaña a veces acompañado por el chofer de Jofre. A los pocos días de haber protestado como diputado federal, Esteban —amigo y paisano de Díaz Ordaz— falleció y Pachequito ocupó su lugar para hacer que esa etapa de su vida legislativa (tercer eufemismo) quedara plasmada en las fotos del álbum que durante el resto de su existencia mostró con el orgullo y la satisfacción que le produjo aparecer retratado junto al Presidente de la República y, obvio, al lado de varios de sus “cardenales”, alguno de ellos el sucesor.

Ahora recupero la historieta Fernández:

La participación de Pablo quedó en algo así como un mal chiste. Nunca el PRI de Puebla había perdido tanto y tan seguido. Por ello, tal vez, sus correligionarios le llaman “Pablito”, uso peyorativo que en cierta medida les permite atenuar su frustración. Insisto: todo y todos fallaron, quizá por menospreciar al gobernador y a su poder político. Fantasearon en que por la sola presencia imaginaria de Enrique Peña Nieto, podrían derrotar al PAN y sus partidos aliados.

Consenso en la clase política:

Dicen que el actual presidente del PRI de Puebla (penúltimo eufemismo) trabajó para su santo y llevó agua al molino de Blanca Alcalá Ruiz. Sí, la senadora que ayudó a construir el pedestal del monumento en Puebla para Laurence J. Peter, autor del principio que recién consolidó la dirigencia estatal de ese partido. Y ya que viene a cuento la mención de uno de los logros de la equidad de género, inserto otra historia, la última, la de las galletitas, ésta si de dignidad:

Dolores Pacheco fue invitada a la casa presidencial por doña Esther Zuno. Después de los acostumbrados abrazos y besitos amistosos, la esposa de Luis Echeverría Álvarez ordenó una taza de café y una “buena dotación de galletitas”. Agotados los escarceos y arrumacos cuasi fraternales, Esther le soltó a Dolores:

Lolita, ayúdame. Me gustaría que fueras mi secretaria particular.

Dolores no pensó mucho la respuesta y respondió a su amiga:

—Esther… Abuso de nuestra amistad para sincerarme. Cuando me invites quiero llegar a tu casa como amiga… No me agrada la idea de ser yo quien tenga que servir las galletitas.

El caso de esta señora, viuda de Ciriaco Pacheco, me permite afirmar que es difícil encontrar a políticos que conozcan la receta de la dignidad. Esto porque abundan quienes están dispuestos a servir las galletitas y el café con tal de mantenerse cerca del poder y desde ahí buscar la forma de ganar el afecto del gobernante. Al final de cuentas ese tipo de influencia suele resultar útil si la intención es obtener desde ascensos burocráticos hasta posiciones políticas y desde luego negocios. Diría Molière: son los tartufos del siglo XXI.

En fin.

Ya veremos si Del Campo aprovecha los cuatro años ocho meses que será diputado. Y si en ese lapso se quita la espina o decide servir las galletitas ahí, en el Congreso, cuyo líder moral (último eufemismo) se llama y seguirá llamándose Rafael Moreno Valle.

[email protected]

@replicaalex