En diversos círculos de la BUAP y en general de la sociedad poblana se asumió con cierto desconcierto –por no decir desencanto– la presentación del núcleo de primer nivel del nuevo rector de la institución, Alfonso Esparza Ortiz, sobre todo por el hecho de estar integrado por personas que colaboraron con el predecesor en el cargo de éste, Enrique Agüera Ibáñez.
Si bien es verdad que aparecen algunos personajes no precisamente dignos de encomio, lo cierto es que también encontramos figuras respetables y brillantes, como en el caso del nuevo Secretario General, René Valdiviezo, al que difícilmente se le podría cuestionar su trayectoria profesional y su prestigio como investigador.
En este lugar no pretendo hacer un análisis de todo el gabinete: por el momento no le veo caso. Lo que me preocupa es que sus miembros correspondan al proyecto que anunció el nuevo rector de privilegiar lo académico, de abrirle paso a una auténtica cultura de la transparencia, y de abandonar la inefable práctica de convertir a la universidad en un instrumento político para beneficio de unos pocos miembros de la clase política universitaria.
En apariencia tales postulados son fáciles de cumplir, empero será preciso una gran dosis de voluntad para cristalizarlos.
Estoy convencido de que Alfonso Esparza Ortiz es un hombre mesurado, prudente y sin ambiciones políticas. Tendrá, sin embargo, que desplegar un esfuerzo enorme para evitar caer en las trampas en que han caído algunos de sus predecesores, la más peligrosa de las cuales es la adulación excesiva de no pocos cortesanos de la administración universitaria, y del “indiscreto encanto” –parafraseando la célebre película de Luis Buñuel– del cortejo de los poderes públicos.
El rector de la BUAP tiene, en primer término, el deber de asegurar el respeto a la dignidad de la institución, y esto atraviesa, en primer término, por exigirle a los gobiernos estatal y federal que no se entrometan en la vida interna de la misma. Si bien se torna necesaria la existencia de relaciones cordiales entre la universidad y los poderes públicos, esto no debe conducir a una obsecuencia excesiva de las autoridades universitarias hacia los gobernantes.
Del mismo modo, las autoridades universitarias tienen el deber de demostrarle al conjunto de la sociedad que los recursos de la institución se manejan de forma honesta, lo cual implica poner en marcha una política de transparencia que vaya mucho más allá de cumplir con las normas de la Auditoría de la Federación : también se requiere transparentar el manejo de los recursos internos, provenientes de las franquicias que operan al interior de la universidad, de los recursos que genera el College Board, y, sobre todo, del gasto en materia de construcción. Las autoridades, aparte de licitar las obras programadas, deben demostrarle a nuestros conciudadanos que éstas se realizan de acuerdo a las normas de calidad establecidas, desechando por completo la posibilidad de que haya negocios entre los constructores y los responsables de las obras.
En materia de comunicación social debe abandonarse la práctica nociva de privilegiar el impulso a la imagen de la persona del rector. De hoy en adelante debe concedérsele más importancia al impulso de la imagen institucional, o sea, del conjunto de quehacer –académico, científico, etc..—de la universidad. La publicidad al respecto debe administrarse de manera equitativa entre los diversos medios de comunicación de la entidad, evitando privilegiar a las televisoras.
Ha llegado la hora, asimismo, de reivindicar la cultura en su acepción más honrosa, lo cual implica, entre otras cosas, que el Complejo Cultural Universitario deje de ser una instancia promotora de eventos “culturales” al más puro estilo de Televisa y TV Azteca.
Del mismo modo, el nuevo rector debe promover una amplia consulta en el seno de la comunidad universitaria acerca de las prioridades académicas de la institución, esforzándose por abrirle paso a un nuevo proyecto que sustituya al Minerva, que ha demostrado en los hechos no estar a la altura de las exigencias actuales de la BUAP.
Si el nuevo “gabinete” está a la altura de dichas cuestiones, bienvenido. De no ser así, pues que el rector proceda a efectuar reajustes en el mismo.