“Democradura” es un concepto acuñado por Jean Francois Revel (1924-2006), destacado periodista y sociólogo francés que hizo notables aportaciones a la ciencia política.

Entre sus contribuciones más notables figura el haberse percatado de que a finales del siglo XX y en los albores del siglo XXI  ya no tiene sentido hablar de una disyuntiva entre democracia y dictadura,  cuestión que predominó durante muchos años, sobre todo cuando estaba en su clímax la Guerra Fría. A dichos debates contribuyó de manera notable el libro de Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, escrito en 1945, en el que elogiaba a las democracias occidentales y recusaba a las dictaduras de los países del llamado “socialismo real”.

El desenlace de dicha cuestión no culminó, sin embargo, en el triunfo o la derrota de una u otra opción: pese a la caída de la mayoría de las naciones comunistas a fines del siglo pasado el llamado “mundo libre” no se fortaleció. En los hechos, las “democracias occidentales” experimentaron un retroceso notable, abriéndole paso a los engendros autoritarios que surgieron durante los mandatos de Thatcher, en Inglaterra, y de Reagan, en los Estados Unidos.

Es aquí donde Jean Francois Revel detectó un fenómeno que no captaron en su momento los expertos en ciencia política: el mundo se inclinaba, más bien, hacia la formación de un régimen “sui generis”, que no era ni dictadura ni democracia, sino más bien  una combinación de ambas…esto es, la “democradura” (si el vocablo no existe, existe el hecho, expresa Revel).

Ahora bien, ¿qué es lo que distingue a la “democradura”? Que, a diferencia de las sociedades totalitarias, no impone un “estado de excepción”, esto es, no desaparece formalmente a las instituciones. En apariencia siguen indemnes las libertades políticas, incluyendo la libertad de expresión, empero en los hechos desaparecen, dando lugar a una “confiscación del poder” que no es resultado de un “golpe de Estado” sino de una ingeniosa y complejísima estrategia encaminada a imponer un gobierno autoritario pero vestido de “ropaje liberal”, e incluso aceptado (por lo menos en apariencia) por la mayoría de la población.

Tales ideas las desarrolla Revel en su introducción al libro Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”, de Maurice Joly, personaje singular –por no decir estrafalario—que padeció todo tipo de persecuciones, sobre todo por parte de Napoleón III. Su libro fue posteriormente plagiado por los tristemente célebres Protocolos de los sabios de Sión.


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Pero bien, se preguntará sin duda el lector, ¿a propósito de que vienen las reflexiones anteriores?  Vienen a propósito de la crisis que enfrenta el Partido de Acción Nacional (PAN) en nuestros días, misma que se advierte claramente en la división que protagonizan Gustavo Madero y Ernesto Cordero.

Tal crisis fue muy bien definida por los miembros del Foro Doctrinario y Democrático en la década de los 80, en su carta de renuncia al partido. En la carta que elaboraron al respecto escribieron que “Las líneas que modifican el rumbo del PAN y que nos obligan a esta declaración son, en resumen, las siguientes: indebido y antidemocrático acercamiento con el gobierno y apoyo abierto a la política estatal; injerencia creciente de los empresarios en la vida del partido y autoritarismo interno, burocratización del partido e intransigencia con los grupos y opiniones divergentes (…) Hoy el PAN es pro salinista, pro liberal y pragmático”.

El ex gobernador de Nuevo León y ex senador, Fernando Elizondo Barragán, en su carta de renuncia al PAN corrabora los señalamientos del Foro Doctrinario al señalar que en el partido se han arraigado “La corrupción, la opacidad, el acarreo, la afiliación masiva, la compra y coacción del voto interno y externo, el uso de recursos públicos para fines partidistas, el clientelismo, los puestos públicos como botín, la subordinación al bien común en beneficio personal o de grupo, la mentira y el cinismo como estrategias” (Vid. Proceso, No. 1950, 15 de marzo de 2014).

Tales señalamientos son incontrovertibles: ciertamente el PAN se ha convertido en un instrumento del poder, con los mismos –o peores vicios del PRI.

Sin embargo, ni Elizondo Barragán ni los miembros del Foro Doctrinario y Doctrinario se han percatado de que, los problemas que enfrenta el blanquiazul forman parte de un fenómeno muchísimo más complejo que la simple “corrupción, opacidad y coacción del voto interno y externo”: son una expresión inequívoca  de  la “democradura” que se ha impuesto en nuestro país, con el auxilio, principalmente, del PAN, del PRI, y en no poca medida del mismo PRD.

Puebla es un prototipo por excelencia de dicho régimen.  El ejecutivo estatal  Rafael Moreno Valle ha logrado tejer una compleja red de alianzas que le permite gobernar con mano dura, pero contando con el beneplácito de la mayoría de los principales partidos de la entidad, y en no poca medida con el beneplácito de la población.

Aunque ha logrado amordazar a los medios de comunicación, excepto voces aisladas (como Amedi) nadie le reprocha tal situaciónAunque ha logrado sujetar al Congreso local, esto lo ha hecho con el respaldo total de sus aliados del Panal y del PRD. Aunque ha logrado controlar de manera descarada al Instituto Estatal Electoral y a instancias como la Comisión de Transparencia, son muy pocos los actores políticos y sociales que le reprochan tal manejo.

Moreno Valle ha logrado todo eso sin tener que recurrir a la represión, por lo menos de manera abierta.

Salvo el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), brillan por su ausencia las críticas hacia aquellas de sus iniciativas que afectan a la mayoría de la población, como es el caso de la ley que privatiza el servicio del cobro del agua potable.

Nos encontramos, pues, frente a una típica “democradura”, de acuerdo a  Jean Francois Revel.

Eso explica la alianza de Moreno Valle con Gustavo Madero Muñoz: éste es un hombre que ha demostrado una enorme complacencia hacia el gobierno de Enrique Peña Nieto, avalando la mayoría de sus reformas.  Es, sin duda, una pieza fundamental de la “Democradura” que gobierna nuestro país… y nuestro estado.

Mientras los panistas  –como Elizondo Barragán, Ana Teresa Aranda, etc.–  no comprendan el problema de fondo que subyace en la crisis de su partido, difícilmente estarán en condiciones de incidir en una “vuelta de tuerca” del PAN.