Nota del editor: El siguiente artículo fue escrito por Pepe Flores, director editorial de Betazeta y vocal de la Fundación Wikimedia en México. Recibió el Premio de Periodismo Cuauhtémoc Moctezuma en 2013. Puedes encontrarlo en Twitter como @padaguan.

internet07Es el grito de campaña de moda: poner puntos de acceso a Internet por toda la ciudad. Es la utopía metropolitana. Que en los parques, en las plazas, en todos lados podamos sacar el teléfono –no la computadora, ¡no te la vayan a robar!– y conectarnos a Internet, poder ver cómo va el fútbol en tiempo real o participar en esa acalorada conversación sobre la nueva película de Batman.

Hace tiempo que el acceso a Internet está en la mira de las políticas públicas. Pero la penetración de banda ancha va más allá de colgar routers por donde sea o conceder licencias a proveedores para que todo un zócalo tenga Internet. Desafortunadamente, la implementación del acceso está encuadrada en este pensamiento unidimensional. ¿Quieren Internet? ¡Que tengan Internet!

El acceso a banda ancha como política pública no debe pensarse sólo en materia de infraestructura, sino también para la educación, la difusión de la cultura y la competitividad. No estoy en contra del uso ocioso de la red, pero sí en que el Estado se cruce de brazos y no cumpla con sus tareas. Porque entre ser una sociedad con acceso a Internet y ser una sociedad del conocimiento, hay mucho trecho.

Por supuesto, son necesarios estos esfuerzos por aumentar la penetración de la banda ancha, pero hay que comenzar por los espacios prioritarios. ¿Qué tal si empezamos por las escuelas de gobiernos, las bibliotecas públicas, las universidades? ¿Qué tal si, a la par, emprendemos programas de capacitación informática, de desarrollo de habilidades computacionales?

Una política pública de acceso a banda ancha debería estar necesariamente complementada con el objetivo de cerrar la brecha digital. Yo sería muy feliz en una ciudad llena de hotspots, pero sería aún más feliz en una donde la penetración de banda ancha se haga de manera pensada, con prioridades y con un plan definido.

El acceso a Internet no es una dádiva; mucho menos, un botín electoral o un servicio accesorio. Es la posibilidad de utilizar una herramienta inigualable para la difusión del conocimiento, la libertad de expresión y el impulso económico. Es una responsabilidad del Estado que lleve este acceso hacia los espacios donde más se requiere, con una visión de desarrollo social. Entonces sí, banda ancha para la banda. Para toda – pero primero, para quien la necesita más.


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