Todos se burlaban de ellos por estudiar en la escuela primaria Elba Esther Gordillo. Hasta las empresas y benefactores se negaban a apoyar económicamente las actividades del plantel. Hartos del escarnio colectivo, cambiaron el nombre de la institución al de “Aurora Reyes Flores”.
Como cualquier otra primaria, este centro educativo solía pedir patrocinios para pintar salones, viajes escolares, compra de equipo, entre otros, pero las puertas se cerraron con la ‘caída’ de la mujer fuerte del SNTE”, revelaba una nota publicada el pasado tres de junio por el periódico El Universal.
Nadie se podría enorgullecer de estudiar en una escuela llamada Elba Esther Gordillo, uno de los apellidos políticos más manchados del país. Irremediablemente, el nombre de la profesora abre un abanico de sinónimos hediondos. Sólo que, para infortunio de la nación, es sólo eso, uno de tantos.
Por más despolitizado que sea un mexicano, hay personajes que jamás serán desarraigados del inconsciente como los villanos más despreciables. Carlos Salinas de Gortari tal vez sea el ejemplo más evidente.
A finales del año pasado, la revista Forbes publicó un listado de los diez políticos mexicanos más corruptos de 2013, basándose en una investigación hemerográfica.
La publicación contenía los nombres de los ya citados personajes, además de Carlos Romero Deschamps, Genaro García Luna, Raúl Salinas de Gortari, Andrés Granier Melo, Tomás Yarrington, Humberto Moreira, Fidel Herrera, Arturo Montiel y Alejandra Sota. Esta última, irritadísima por haber sido incluida, anunció la semana pasada que evaluaba presentar una demanda contra Forbes.
Nombres “inmortalizados”
Una investigación de campo arrojaría que todos estos personajes habrían bautizado con su nombre o el de algún familiar un hospital, escuela o asilo público. El pasado seis de junio, el periódico Excélsior publicó un reportaje que deshebraba la megalomanía de los gobernantes mexicanos.
El ex gobernador del Estado de México, Arturo Montiel Rojas, inscribió su nombre en un bulevar del municipio de Atlacomulco, una calle en el municipio de Cuautitlán, un libramiento en Chalco y un hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social en Toluca.
La referida publicación puso al descubierto que existe un fraccionamiento llamado Carlos Salinas de Gortari en el municipio de Tulancingo de Bravo y una colonia con su nombre en Chalco.
Un hospital de Tecámac se llama César Camacho Quiroz, en honor al líder nacional del PRI, y una colonia en Tamaulipas fue nombrada Tomás Yarrington Ruvalcaba, como el exgobernador.
No escapan a esta práctica: Fidel Herrera, Mario Marín Torres, Carlos Romero Deschamps, Jesús Murillo Karam, Humberto Moreira y un sempiterno etcétera.
Los ciudadanos reclaman
Como ocurrió con la incomodidad de los alumnos y maestros de la ahora extinta escuela primaria Elba Esther Gordillo, muchos ciudadanos han expresado su inconformidad porque su vida esté relacionada directamente con el nombre de un político de no digna reputación.
Gregorio Cruz, habitante de la colonia Fidel Herrera Beltrán, ubicada en Xalapa, Veracruz, y marginada en el olvido, manifestó en una entrevista con la prensa local:
El único momento en el que recibimos apoyo y se acuerdan de nosotros es en la temporada de elecciones, ahí sí vienen a dejarnos despensas y gorras, nos prometen muchas cosas, pero seguimos en las mismas”.
Es comprensible que a muchos les indigne vivir en la colonia Raúl Salinas de Gortari, pero, ¿por qué no provoca escozor ser habitante de la delegación Álvaro Obregón?
Hasta ahora nadie ha levantado una queja en la página Change, un sitio de ciberactivismo o se ha manifestado públicamente por vivir en una demarcación nombrada como el primer traidor de la Revolución Mexicana, quien abolió su principal postulado: “Sufragio efectivo, no reelección”.
Álvaro Obregón es sólo un ejemplo, cada uno de los llamados “héroes patrios” son poseedores de una biografía marcada por los claroscuros. Todo (o casi todo) mexicano tiene en buena memoria a Miguel Hidalgo, cuando en su historia se incluye haber sido el desvariado dirigente de una cruentísima Guerra Santa.
Los cimientos del “heroísmo”
En su libro De héroes y mitos, el historiador Enrique Krauze ataca con lucidez la historia basada en leyendas de bronce:
Así como ‘cada santo tiene su capillita’, cada héroe tiene su callecita… su plaza, su mercado, su pueblo, su ciudad, su estado, su poema, su estampita, su altar, su canción, su estatua, su óleo, su mural, su escuela, su institución, su cantina, su parque, su paseo, su leyenda y hasta su club de futbol. Vivimos inmersos en una nomenclatura heroica (…) En una democracia, el verdadero homenaje a los ‘héroes’ (sobre todo a los políticos, ya sea militares, líderes, revolucionarios) es someter a crítica el género que no sólo los ve como agentes únicos de la marcha histórica (aunque en algunos casos su influencia haya sido decisiva) sino como objetos de ciega veneración y reverencia. Este género es la llamada ‘historia de bronce’ y admite varios reparos”.
Es sanísimo que a los ciudadanos les indigne una escuela Elba Esther Gordillo o una colonia Fidel Herrera. Sin embargo, en un riguroso y honesto examen de consciencia histórica, veremos que nuestra vida está cimentada sobre baldosas no menos cuestionables. Todos tenemos cerca un mercado Pancho Villa, una avenida Venustiano Carranza y un viaducto Miguel Alemán.
José Antonio Crespo, investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas, escribe en su obra Contra la historia oficial:
El desarrollo democrático de las naciones exige un progreso de revisión y transparencia en diversos ámbitos de su vida pública; exige conocer con más claridad los sucesos e instituciones políticas, expresar y discutir con libertad las diversas tesis, cuestionar los más arraigados dogmas y fundamentos ideológicos sobre los cuales se ha levantado un régimen anquilosado y poco democrático”.
La incomodidad de la nomenclatura actual
Una de las mayores incomodidades del sistema de nomenclatura basado en los personajes históricos es su falta de practicidad. Un día una avenida se llama de un nombre y al otro, por una decisión coyuntural, muta a los apellidos de la madre del gobernante en turno.
Incluso hay vías de comunicación que tienen una variante exponencial de referentes, un evidente ejemplo es la céntrica Gabriel Mancera, del Distrito Federal, que muta a Monterrey cercana a la Roma, a Florencia en la Zona Rosa y a Río Tiber en la Cuauhtémoc. Una persona desorientada moriría por desesperación al tratar de orientarse en esta vía.
En honor al romanticismo, toda calle debería llamarse como los mitos que emanan de ellas.
En su célebre obra Leyendas de la calles de la ciudad de México, el poeta mexicano Juan de Dios Peza escribe bellísimos versos sobre cómo la tradición se impuso al asfalto.
Sólo que, como en el caso anterior, también sería un caos tomar esta referencia para ubicarse en las cada vez más caóticas megalópolis que bullen en el país.
Qué mejor ejemplo de nitidez y orden son las calles del primer tramo de la ciudad de Puebla: 2 Poniente 905. No hay pierde.
Fue un triunfo de los juarenses suprimir el nombre de Elba Esther Gordillo; sería una victoria para los mexicanos conocer no sólo la historia reciente, sino desentrañar a los mitos de bronce… Y qué mejor escenario se levantaría si algún día nos desentendiéramos de los GPS.