autodefensasCuando internet se introdujo en el ADN del periodismo, inició una complejísima y meteórica evolución que ha llevado a los estudiosos de la disciplina a replantearse las maneras de comprender y explicar el oficio. Una de estas mutaciones es el cambio de rol un protagonista principal del círculo de la comunicación: el receptor.

El consumidor de información ya no es exclusivamente un ente pasivo, sino un partícipe del contenido que consume.

La era de la información se define por la producción: producimos mucha más información de la que posiblemente podemos manejar y menos aún absorber”, escribe el periodista estadunidense Jeff Jarvis en un ensayo incluido en el libro El fin de los periódicos, coordinado por Arcadi Espada.

En una entrevista publicada por el diario español El país el 5 de septiembre de 2010, Rosental C. Alves, director del Knight Center for Journalism in the Americas de la Universidad de Texas, reparaba que “el consumidor de información ya no es un ser pasivo que recibe la información empaquetada por otros”. El receptor ahora quiere también ser emisor. Registra, denuncia, aclara, editorializa, forma sus propios medios.

Es en este contexto que una idea reverbera con profusión en el aire cibernético: necesitamos una revolución armada. Consulte los comentarios escritos por los lectores de sitios periodísticos.

Verá que no son pocos quienes, después de consumir alguna información (particularmente la ligada a la corrupción de los gobernantes) proponen relevar a las autoridades por la vía armada. Hay quienes incluso sugieren exterminar a la clase política.

“La revolución contra la presidencia de Enrique Peña Nieto comienza ya”, pronuncia la voz de un video publicado el seis de enero del año pasado, en el que se convocaba a los poblanos a comenzar una revuelta armada que iniciaría con una marcha en protesta por la presencia de Peña Nieto durante el desfile anual conmemorativo a la batalla del 5 de Mayo.


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Hay muchos más casos que mediante el uso de las redes sociales proponen una revolución, como el usuario de la cuenta de Youtube “Periodismo de cero”, con el video titulado “Primeros pasos para lograr una revolución en México”, que sugiere:

Muchas veces me han preguntado en mis videos pasados, en comentarios, que qué necesitamos para luchar, para cambiar, para hacer una revolución (…) una de las principales cosas que se necesitan es tener ganas de cambiar al país, de luchar”.

Para no extenderme en ejemplos, cito únicamente estas dos referencias, pero en Twitter, Facebook, blogs y demás cubículos del ciberespacio es sencillo encontrar usuarios que convocan a organizar una revuelta en el país.

Un buen ejercicio de investigación sería contabilizar a los grupos y cibernautas que, mediante el ciberespacio, plantean una revolución –seguramente el gobierno federal ya tendrá una buena base de datos al respecto–.

Tal vez muchos proponen la revuelta sin realmente pensar en consumarla. Habrá otros que sugieran esta posibilidad para ver si encuentran simpatizantes a su causa. Muchos más seguro lo hacen de una manera seria, con sigilo y cuidado.

Otros son astutos, profesionales del activismo político, ahí tenemos a Anonymous y a Julian Assange, dos casos emblemáticos del ciberactivismo y que, por cierto, no plantean la vía armada como una manera de terminar con la oligarquía.

Regresemos al punto de partida: Los lectores de noticias quieren participar activamente en la vida política y muchos no ven como opción la vía democrática, sino el uso de la violencia.

Los inconformes que rayan en la desesperación tienen argumentos para pensar que sólo el uso de la fuerza lograría equidad y justicia social. Por las noticias desfilan  interminables casos de corrupción de la clase política mexicana, acompañados de impunes consecuencias.

El politólogo italiano Carlo Galli escribió un libro, El malestar de la democracia, dedicado a explicar por qué los votantes dejaron de creer en el régimen representativo como una opción esperanzadora.

Pero la pregunta pertinente es: ¿Realmente una revolución le haría bien a México?

Por principio, una revuelta armada trae como consecuencia la muerte, cementerios masivos a la intemperie. Se da como verdad histórica que la Revolución Mexicana cobró al menos un millón de vidas.

La experiencia ha enseñado que el grupo revolucionario que sustituye al derrocado no es garantía de que lo relevará mejor. Por el contrario, en muchas ocasiones resulta más autoritario y abusivo que el régimen que derrotó.

El investigador de la Universidad Iberoamericana Juan Federico Arriola cita en su libro Teoría general de la dictadura que los dictadores se imponen mediante sólo un golpe de estado o la revolución; es decir, la vía violenta.

La tesis central de 1984, la novela de ciencia ficción clásica del inglés George Orwell, es el tentáculo infinito del totalitarismo: “No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura”.

En el mismo sentido reflexionaba Hannah Arendt: “El revolucionario más radical se convertirá en un conservador el día después de la revolución”.

El alemán Stéphane Hessel, quien participó activamente en el campo de batalla durante la Segunda Guerra Mundial al lado de “La Resistencia”, escribió un ensayo dedicado al movimiento español “Los Indignados”, en el que les recomienda:

Hay que comprender que la violencia da la espalda a la esperanza. Hay que dotar a la esperanza de confianza, la confianza en la no violencia. Es el camino que debemos aprender a seguir. Tanto del lado de los opresores como de los oprimidos, hay que llegar a una negociación que haga desaparecer la opresión; eso es lo que permitirá que no haya violencia terrorista. Es por esta razón que no deberíamos acumular mucho odio”.

La vía pacífica comprende muchas formas de detonar cambios significativos. Incluye el voto nulo o de castigo, la organización política, las manifestaciones o protestas no violentas, el boicot comercial, el ciberactivismo, el periodismo, el arte y el campo de las ideas.

Las formas basadas en la fuerza de la razón y no del fusil han demostrado victorias contundentes y duraderas. El movimiento contra la discriminación racial en Estados Unidos, el feminismo, los triunfos de inclusión ganados por las organizaciones de diversidad sexual, los animalistas, los ecologistas…

Es irrefutable que en estos tiempos el emisor ha demostrado su hambre de ser un protagonista de los cambios sociales. Y también que vive un tufo de hartazgo y descrédito a la clase política. Sólo que la vía armada ha demostrado, históricamente, no sólo sus deficiencias, sino sus fúnebres consecuencias.

Es legítimo el hambriento interés de un sector de la ciudadanía por poner fin a la injusticia generada por los sistemas autoritarios, pero es indispensable tener presente que hay formas más inteligentes de lograrlo que el machete en mano.