“El periodismo es libre o es una farsa”.

Rodolfo Walsh

Desde su primer día de gobierno, Rafael Moreno Valle Rosas mostró su interés para cambiar lo que él pudo haber visto como el estereotipo rústico de la provincia mexicana.

De ahí su interés por maquillar a la capital y vestir de lujo al estado dotándolos de una obra pública moderna, cara pero eficiente y tan digna como vanguardista. Lo malo es que semejante inversión resultó contrastante con la pobreza que mantiene a la entidad en una lamentable posición estadística (según Coneval —2012— el cuarto estado con mayor pobreza y séptimo en marginación).

Este empeño en el que incluyó la privatización de las carreteras y el usufructo de los bienes públicos, rebasó las expectativas de los sorprendidos gobernados y sacó de su modorra a los celosos vigilantes de nuestro patrimonio histórico.

Unos asombrados por la rapidez y urgencia por construir lo que habría de servir como símbolo arquitectónico de los 150 años de la Batalla de Puebla. Y los otros indignados debido a que jamás fueron tomadas en cuenta sus opiniones a priori y posteriori, dictámenes relativos a la conservación de la herencia histórica que, entre otros galardones, dio a Puebla el título de Patrimonio Cultural de la Humanidad.


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El choque frontal del poder concentrado en un gobernante, contra la opinión pública opuesta a la manipulación mediática que acostumbra el gobierno, el que sea.

La prensa también formó parte de esos desacuerdos o contradicciones. Primero se la consideró pastoril, pueblerina y por ende estorbosa, rebasada e inservible: no encajó con el “alto perfil” político y social del titular del poder Ejecutivo. Y segundo resultó incómoda y molesta en virtud de su apertura y libertad para actuar, al principio obligada por el trato a veces ofensivo y después entusiasmada por haber “descubierto” el papel crítico que exigen los lectores.

Se podría decir que Moreno Valle se transformó en algo parecido al doctor Frankestein ya que formó la criatura que se rebeló contra él, su “creador”.

Eso fue parte de lo que pensó la mayoría de los trabajadores de los medios de comunicación escrita y también de los electrónicos cuyos propietarios, según trascendió, aceptaron limitar la libertad de expresión de sus comunicadores y periodistas, condición sine qua non para firmar los llamados convenios de publicidad. En fin.

La “política y el periodismo”, como se intitula este capítulo, es un tema amplio, además de interesante, debido a las sombras que originan el alto contraste que da más luz a la libertad de prensa. Por ello dejan de ser anecdóticos los ataques menores o graves —depende en cuál espacio del poder se hayan concebido— y pasan a ser parte del hito plasmado en nuestras historias.

Lo bueno es que al final del día los gobernantes siempre quedan expuestos, e incluso como si fuesen réplicas mal hechas o superadas del molde que troqueló la política de comunicación de, por ejemplo, Gustavo Díaz Ordaz.

Recordemos…

*Parte de uno de los capítulos del libro de mi autoría La Puebla variopinta. Ya está listo para quien le interese adquirirlo. Estoy a sus órdenes…

 

POB/BDH