En la ventanilla del Cine Unicornio se pueden leer en cartulinas “solo adultos, prohibida la entrada a menores de edad, costo 30 pesos, miércoles y jueves 20 pesos”.
Es el cine porno dentro de la plaza comercial “El Campanario”, ubicada a un costado del mercado Morelos, al oriente de la capital poblana.
En medio de negocios, comedores, puesto de revistas, afiches, tiendas de regalos y artículos militares, se ubica el excéntrico lugar.
Una experiencia para los curiosos que pasan por el lugar; desde el pasillo se puede ver la entrada que muestra sobre sus puertas un letrero que indica que ahí es el “Cine Unicornio”.
Al lado de la taquilla se han colocado carteles de películas que hace tiempo han dejado de exhibirse en salas comerciales, quizá es un intento por pasar desapercibido en la plaza comercial.
En una hoja tamaño carta pueden leerse los nombres y los horarios de las películas que están por proyectarse: “Encontré el deseo”, “Una para todos” y “Amor de ocasión”.
El encargado de cobrar la entrada atiende con naturalidad, demostrando seguridad y costumbre a su trabajo.
Dentro del cine, los actos sexuales entre los espectadores están prohibidos, así lo advierten unos letreros pequeños pegados en el área que indica ser la dulcería, y donde es posible encontrar dulces, papitas, refrescos, agua.
Uno de los letreros antes mencionados dice que “cualquier acto inmoral será sancionado”; en el otro se lee la leyenda de que está prohibido ingerir bebidas alcohólicas dentro de la sala.
Una cortina obscura funge como umbral entre el mundo real y el mundo de las ilusiones. Del otro lado, solo la luz de la pantalla es lo único que alumbra, dificulta poder encontrar el lugar adecuado par disfrutar la película. Al tomar asiento, una sensación incómoda puede invadir el cuerpo de los pudorosos para pensar “esto está mal”.
Actos sexuales explícitos, se muestran en la pantalla. Frente a los ojos de los presentes corrían las escenas de “Una para todos”.
Mientras esto ocurre, la principal norma de etiqueta en estos lugares, es no cruzar la mirada, no hacer contacto visual con algún otro espectador, ni tocar nada de lo que hay ahí, mucho menos a alguien, pero todo es cuestión de gustos.
Inicia la vigilancia entre las butacas, un encargado del cine ilumina con detenimiento los asientos, parece que busca entre todo, cerciorarse de que el sitio está limpio.
En ese contexto, la sala, en la que hay un aforo para unas 200 personas, no luce sucia o descuidada. A lo lejos, se puede observar que hay extintores contra incendios, requisito del reglamento de Protección Civil.
La película llega a su fin, y en la sala los presentes se encaminan a la salida. En el recorrido, es posible ver a personas que “les ganó el sueño” y quedaron dormidas; otra más esconde las manos de manera misteriosa bajo la chamarra que tiene entre las piernas.
Los que están por salir y los que están por entrar siguen el mismo código: evitan cruzar la mirada y verse a los ojos: “aquí no pasó nada”.
POB/LFJ/JCSD