“Como todo cambia,

también podemos transformar

nuestras relaciones sociales para bien”.

Abel Pérez Rojas.

Un barrio se va transfigurando en educador en la medida que sus habitantes realizan progresos para modificar éticamente las relaciones entre sí  y con otros agentes de la ciudad –incluyendo a los distintos niveles de gobierno, en especial el local-.

Por supuesto el cambio está implícito en todas las dimensiones: en el entorno arquitectónico, con el medio ambiente, con su historia y cultura.


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La necesidad de evolución se alimenta de una profunda visión humana por el progreso y la búsqueda del bien como vía para desarrollar las facultades sociales y humanas.

Así que no está por demás recordar que las ciudades educadoras son aquellas que manifiestan abiertamente su intención y vocación para que todos sus espacios sean formativos de los seres humanos que las habitan, y en esa misma medida los seres humanos “humanizan” a la ciudad, dejando de ser ésta un mero conjunto de construcciones, calles y entorno.

Cuando las ciudades –a través de sus gobiernos locales- manifiestan esta intención, la fortifican a través de hermanamientos con sus pares, y en algunos casos la formalizan incorporándose a la Asociación Internacional de Ciudades Educadoras (AICE),  que de acuerdo con el sitio oficial de la AICE, a la publicación de este artículo, la conforman 478 ciudades de 36 países.

Más allá de las diversas alianzas que las ciudades realizan para asegurar el avance firme como educadoras, considero vital visibilizar a la educación permanente como fuente angular en el movimiento de las ciudades educadoras y los barrios educadores, porque es ella la que dota de sustancia filosófica y teórica para sustentar las acciones transformadoras de los entornos sociales inmediatos.

Al penetrar y trascender las modalidades educativas formales y no formales, la educación permanente también ve su campo de acción en la informalidad, que es precisamente en donde se llevan a cabo las relaciones sociales tanto de la ciudad como de los barrios.

El contacto del día con día, las problemáticas comunes, los espacios sólo divididos por una endeble línea entre lo privado y lo público, son algunos de los dominios en los cuales la educación permanente opera para, como lo establece la UNESCO en su premisa primordial: “se construya la paz en la mente de los hombres y de las mujeres”.

A su vez, como la educación permanente parte del principio de educabilidad del hombre, ésta aporta los elementos que trascienden las limitantes de la educación formal y no formal de la cual las escuelas de los distintos niveles educativos son las principales exponentes.

Lo anterior es el motivo de fondo, además de las cuestiones políticas y económicas, por las cuales las escuelas y los organismos públicos encargados de ellas, no asumen una responsabilidad formadora desde el seno de los barrios y de las ciudades, sino desde el interior de sus campus e instalaciones y sólo como una actividad complementaria pretenden trascender propias aulas.

En el proceso de revalorar la función de la educación permanente en el proceso transformativo de los barrios y las ciudades educadoras vale muy bien la pena que acudamos nuevamente a replantearnos todas y cada una de las distintas relaciones sociales y teóricas que nos han llevado hasta donde estamos. Reaprenderemos, delo por hecho.

 

POB/IIAL