Con el repique de las doce campanadas de medio día se marca la llegada de los muertos a Tochimilco, pueblo ubicado a las faldas del volcán Popocatépetl. A esa hora también se abren las ofrendas monumentales para que los visitantes hagan el “Correr del gallo” y las recorran una a una hasta la madrugada.
Tochimilco, que significa “en la sementera de los conejos” o “lugar donde los conejos se reproducen” en náhuatl, se ubica el oeste del estado de Puebla. Durante los días 28 de octubre a 2 de noviembre el pueblo se viste de colores y se llena de visitantes que acuden a ver las ofrendas tradicionales.
En el zócalo un grupo de jóvenes ofrecen recorridos guiados o mapas para que los turistas puedan visitar las casas donde se colocó ofrenda. En total son 53: dos se abrieron el 28 de octubre, día de los accidentados; una el 31 de octubre, día de los niños difuntos, y 50 a partir del 1 de noviembre.
“Correr del gallo”
Los habitantes de Tochimilco llaman “Correr del gallo” a la visita de las ofrendas una a una hasta la madrugada. Durante el trayecto se pueden hacer juegos para los niños, pero en general son adultos los que van a las casas marcadas por el camino de cempasúchil.
A menos de una calle de la plaza se encuentra una ofrenda, el letrero de afuera dice “Estética y peluquería Fabilex”, es para el peluquero Fabio Martínez. Los familiares reciben las personas con jarras de café y canastas de pan salado. A los lugareños los llaman “compadritos” o “comadritas”. Hacen pasar a todos para que se sienten en sillas metálicas, allí ofrecen más pan y café.
La tradición marca que los visitantes –sean locales o turistas- deben dar una ofrenda a la casa, pueden ser veladoras, cirios o flores. En cuanto el hijo de don Fabio la recibe agradece con una bendición: “Las ánimas benditas rezarán por usted y por nosotros”.
La ofrenda de don Fabio es de tres niveles, llena de papel picado blanco y dorado, con un fondo de tela azul satinada, que semeja un cielo claro. En el suelo hay una cruz formada por flor de cempasúchil, que por su olor y color ayudará a llegar al difunto hasta su casa.
El camino es oscuro para llegar a la segunda ofrenda. La única lámpara de la calle se apaga de tanto en tanto y la Luna que es apenas una delgada curva blanca no ayuda. La casa de Irene Velázquez está al final de la calle, subiendo la pendiente.
Como en la casa anterior los familiares reparten comida: una bolsa con pan salado y un tamal de rajas. Llevan de un lado a otro jarras llenas de chocolate y café.
A doña Irene le llenaron su altar con flores de tonos rosas y blancos, las columnas son de tela rosa pálido, varias figuras de ángeles acompañan su imagen en el centro de la ofrenda. Arriba se colocó una virgen de Juquila y un cielo de papel lustre lleno de estrellas.
Las ofrendas tienen que ser de varios niveles: primero una en forma de pirámide, que representa el origen prehispánico; luego la imagen del difunto y hasta arriba las imágenes católicas, como símbolo de la conquista religiosa al pueblo mexicano.
La ofrenda siguiente está una calle, es para Isabel Pérez. La familia colocó en la puerta de la casa unas tiras de flores de muerto para que la señora no pierda el camino. El altar ocupa toda una pared y además de los elementos tradicionales, como son el papel picado blanco con dorado, la fruta, la comida, los “chillones” y las figuras religiosas, está iluminado por focos de luz blanca.
El altar ilumina todo el cuarto, desde las ventanas su luminiscencia atrae a los turistas, que andan con vasos llenos de champurrado y cámaras colgando en el cuello.
Mezcla de culturas
Si bien las ofrendas de Tochimilco son muestra del sincretismo de la cultura prehispánica y la religión católica, en la casa de Fortunato Genis la familia le agregó uno más: el Halloween.
Desde la entrada figuras de calaveras y calabazas de cartón inundan el pasillo. En la ofrenda hay también calabazas, brujas, calaveras saliendo de sus tumbas y espanta pájaros con la frase “Trick o treat” (truco o trato), que utilizan los niños en Estados Unidos para pedir dulces.
La ofrenda es amarilla, combina con las flores de cempasúchil que pusieron en el piso y que se utilizan solo para los altares de los adultos, porque a los niños se les colocan sólo flores blancas, como símbolo de su pureza.
En Tochimilco, como en muchos otros pueblos del país, los migrantes regresan solo a ser enterrados en su tierra. Alfredo Montero es uno de ellos, su ofrenda es una de las más ostentosas: se hicieron tres cúpulas blancas con dorado, se colocaron varios además de los panes y frutas tradicionales, además de cantidad de productos comerciales, como panquecitos y papas.
En la televisión se proyectó un video con fotografías de Alfredo. En algunas aparece trabajando masa para pizzas, en otra andando en bicicleta o en el parque de diversiones al lado de Sherk y Fiona. Algunas más en eventos familiares, como bodas y primeras comuniones. Alfredo murió en Estados Unidos, lo atropelló un conductor ebrio.
Recuerdos que perduran
El cáncer derrotó a Araceli Cantero, pero su familia conserva los mejores recuerdos. Al lado de su altar, lleno de flores, comida y velas, adornado con listones rosa claro, se proyectan imágenes de toda su vida. Los visitantes dispuestos en medio círculo, como en un cine, miran sus graduaciones, sus viajes y reuniones familiares.
Araceli pasó de ser una niña de pelo largo y sonriente a una mujer con mascadas o sombrero en la cabeza. Intercaladas con las fotografías, frases de la familia: “Te recordamos con cariño” dice una. En el piso se colocó un corazón formado por pétalos de flores y en el centro una cruz de flores blancas.
En la casa de Juana Julia la ofrenda está en el mismo cuarto de las fotos familiares de antaño. Justo frente a la puerta hay una vitrina, arriba hay varios cuadros con fotos, el más grande es de un señor y una señora en blanco y negro, la orilla es irregular porque varios pedazos ya se cayeron. También está la fotografía de bodas de Juana y varias otras imágenes color sepia.
La ofrenda está iluminada con tiras blancas de luces led, desde la entrada cruces verdes brillantes indicaban la cercanía del altar. La familia, como en el resto de casas, ofreció pan, chocolate y té. Un señor, probablemente el esposo de Julia, permaneció todo el tiempo junto al altar indiferente al arribo de las personas. Recargado en una mesa con mantel blanco, solo mueve la cabeza para mirar el altar y luego las imágenes de la vitrina.
POB/LFJ