Carmen Boullosa es una escritora prolífica, con una obra en la que se encuentran –afortunadamente– la novela, el poema, la pieza teatral y el cuento.
Para ella, escribir un libro es una actividad de aliento, una tarea de empeño. Compara el trabajo de un escritor con el de un dios del viento, un ser que debe soplar y soplar para conducir una flecha, que es el texto, por el camino correcto hasta dar con el blanco, con el tono personal, con lo que se quiere decir.
En entrevista con Poblanerías en línea, Boullosa habló sobre cómo su pasión por la escritura no nació de una ambición literaria, sino de la necesidad de crear un propio universo que no le fuera hostil:
¿De dónde viene tu vocación? ¿Cómo se dieron tus primeros encuentros con los libros?
Mi papá [Fernando Boullosa] era un lector ávido y casi maniático. Desde que yo era muy pequeña, él nos leía en las noches, yo lo oía y empecé realmente a tomarle un gusto oral a la lectura.
Ese fue un mundo al que entré de manera natural, pero eso no hubiera querido decir que yo iba a ser escritora, esa ya es otra historia.

Foto: Carmen Boullosa/Facebook.
¿Cómo sigue esa historia?
Mi mamá [Esther Velázquez] murió por mis quince años, en 69′, y todo mi mundo familiar se volvió muy difícil. Mi papá se casó casi de inmediato con una mujer que no nos quería y que además quería pintar su territorio en contra de nosotros que éramos seis.
A la muerte de mi mamá, mi cuerpo se volvió otra cosa y era mi cambio de cuerpo, mi cambio de casa, de mundo doméstico y también coincidió la entrada del metro a la Ciudad de México.
Yo me quedé como sin espacio, empecé a escribir y hacía mis propios libritos. Todo empezó ahí con una efervescencia, todavía no cumplía dieciséis años y yo ya me sentía escritora.
¿Es necesaria la educación formal para un escritor; se aprende a serlo?
Sí es algo que se estudia. Los textos literarios no solamente están hechos de leer y escribir, están hechos de contenido que puede ser la total oscuridad de una persona.
Ese contenido entra a un universo de convenciones que pueden ser la mayor libertad, pero son las convenciones de un texto literario. Estas se arman y no creo que sean algo que aprendas en un taller, son algo que aprendes de la cultura universal, de la tradición de los otros autores.
La universidad no sobra en un escritor y tampoco basta.
¿Cuántos años estuviste en la UNAM?
Uy, fui fatal. Realmente estuve como tres años en la universidad; fue un semestre en la Ibero y un año en la UNAM y luego ya tomaba materias en desorden.
Me metí al curso de escritores del sur de Estados Unidos, que no estaba en mi programa [letras hispánicas] y entré como si fuera alumna de lenguas inglesas. Me piqué y me puse a leer todo Carson McCullers y a Faulkner.
¿Cómo fue esa primera oportunidad para publicar?
Te voy a contar cómo fue porque es una historia muy bonita. Yo había entrado a la Ibero y tenía un maestro, Huberto Batis, que estaba loco como una cabra. Fue el primero en la vida que me habló de escritores, se sabía todos los chismes de todos los escritores.

Foto: Carmen Boullosa/Facebook
A él le llevé mis poemas. Al final de una clase me paré a su lado, me aguanté el miedo y se los di. Él me publicó mi primer poema en una revista.
Luego, Marcelo Uribe entró a trabajar a la Gaceta del Fondo de Cultura Económica y me pidió un poema y fue algo como natural… Me ayudó a ver mi texto con el ojo del otro, con el ojo del que juzga.
Tus primeras plaquettes…
Tuve dos primeras plaquettes casi simultáneas (libros tipo folletos de corta extensión). Una con Federico Campbell en las ediciones de La Máquina de Escribir y otra que fue con Juan Pascoe, que tenía su taller donde hacía libros.
Por eso estoy ligada al Taller Martín Pescador, pero no era taller literario, era un taller de imprenta manual en el que se humedecía el papel y se paraba el tipo a mano. Ahí aprendí a coser el libro, a hacer el libro objeto, digamos.
Años más tarde, ¿cómo experimentaste la recepción de “Antes”, el libro que te consolida como narradora?
Es mi libro más leído, por mucho. Fue una experiencia preciosa y también la generosidad hacia los escritores (pausa). Octavio Paz me vio en una entrevista con Ricardo Rocha, quien me invitó cuando publiqué “Mejor desaparece”. Dije en la entrevista que ya tenía otra novela y Aurelio Asiain –colaborador de Paz– me llamó y me dijo: “Oye Carmen, Octavio quiere que nos dejes leer tu novela para la editorial”.
Me dio una emoción enorme y creo que gran parte de la recepción de la novela se debió a que Octavio Paz me había abierto las puertas de su editorial. Era un regalo porque yo era una huérfana descastada y de pronto me acogía un medio que yo admiraba.

Carmen Boullosa/Facebook
¿Cómo es que pasas de “Antes” al género de la novela histórica?
Cuando vivía mi mamá, yo quería ser arqueóloga y leía textos sobre historia náhuatl. Me gusta la historia, entonces ahí caí y es que en México el pasado está presente, en la calle, en la esquina, en todo.
Quería continuar escribiendo diario y no me quería repetir, no quería volver a contar mi historia. No, no lo iba a hacer y empecé a buscar escenarios diferentes.
¿Siempre tienes la última palabra sobre tus libros?
Por lo regular yo soy la última palabra y no trabajo en equipo. Un libro entero nunca lo publiqué porque Álvaro Mutis tomó su teléfono y me dijo: “Carmen, no tiene remedio este libro”.
Se llamaba “Adrián”, era la historia de un santo y algún día a lo mejor la retomo y la cuento distinta.
Tus impresiones sobre Octavio Paz y Roberto Bolaño…
[De Paz]: Luz, personalidad para nosotros bipolar, pero no para él. Causaba adoración u odio, no había medias tintas con él. Polemista; brillante, brillante, brillante.
[De Bolaño]: Loco de mi generación, genial… Paradoja de su muerte joven.
POB/LFJ