CUENTO: Capítulo XVI de la Rebelión de los Vagos

Una serie de cuentos literarios escritos desde enero de 2017 a la fecha.

LA-BARCA-DE-LOS-LOCOS

Pasaron 8 años desde aquel 2009 donde todo inició. México solo empeoró, el partido que gobernó 70 años después de la Revolución Mexicana volvió al poder, el mal llamado: “Partido de la Revolución Mexicana”, después: “Partido Revolucionario Institucional”, tenía al país al borde del colapso.

Era un 13 de diciembre de 2017 aquel helado día. México era lo más distante en su realidad social a un país revolucionario, aunque las palabras nunca alcancen a la realidad, la desigualdad económica era atroz, en esta interpretación casi todas las percepciones coincidían.

La sangre de Emiliano Zapata, asesinado cobardemente si no mal recuerda esta voz narrativa, este ser, este cansado y postmoderno narrador. Su sangre fue derramada en vano, es decir: la causa por la que se derramó la sangre, de aquel personaje tan célebre, fue diluida con el paso del tiempo y la evolución mundial del capitalismo corporativo.

Aquella frase de Zapata: “La tierra es de quien la trabaja”, aquel sueño que –imagino– tuvo de este país, parecía tan diluido; la justicia social por la que luchó, la dignidad que pretendió para su pueblo, para su país. Todo diluido en la liquidez del capital, el confort de los ciudadanos era más importante que la igualdad económica; la insurrección era impensable, los ciudadanos de las ciudades veían como una cuestión negligente, adoptar el argumento sobre que la población debía rebelarse ante un gobierno que les dejó su país con más muertes que las causadas durante la Revolución Mexicana 117 años atrás. La guerra ahora era algo normal, no existía un “estado de guerra declarado”, solo miles de muertos enterrados en fosas comunes.

La gente estaba cansada de las balas, pero los tiranos y los sedientos de capital y de poder, no dejan el poder y el capital por ningún motivo, menos por la igualdad y el bienestar común. Ningún otro sentido tiene la vida para ellos, más que la acumulación de dinero y poder:

“Nadie aguanta un cañonazo de cincuenta mil pesos”, rezaba aquel dicho del general Álvaro Obregón, su antiguo jefe, que mandó asesinar (seguramente) a Emiliano Zapata. Como si fuera un obscuro vaticinio de la vida institucional del país: toda la sociedad parecía colapsar por cañonazos de dinero, empezando por los ideales y la valentía, terminando con la ética y la noción más elemental de hacer política para el bien común, como la hacían los antiguos Atenienses.


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Toda noción de educar para la libertad, toda noción de justicia para todos, de equidad, de fraternidad, la hizo explotar los cañonazos de dinero, poder y confort. Era lo que más cañoneaba la sociedad de México, aquello que casi todos buscaban. Las balas de este cañón de dinero, en vez de ser detonadas por la pólvora, en esta metáfora, son detonadas con comodidad, poder y confort.

Resumiendo, el mundo cada día era más desigual y México era de los países que encabezaban esa lista, la de violencia también, la de feminicidios también. México estaba en las listas de las peores calamidades mundiales, este país era un excelente representante del tercer mundo. El motor de esta sociedad, lo que la mueve, no es ningún ideal como en la historia antigua del país, todo se redujo a dinero y escalar de clase social. Aquí los ideales duraron lo que dura el presidente en turno.

Nada resultó más importante, que tener las comodidades que otros no tienen, nada resultó más atractivo, que alienar a millones de personas por medio de: ignorancia y consumismo. Un país de millones de habitantes, un país donde el analfabetismo se pudo medianamente abatir, pero misteriosamente las personas no tienen un gusto por leer; lo que constituía la opinión de muchas personas que sabían leer, eran los medios masivos de información. Ni el Secretario De Educación Pública del país podía pronunciar adecuadamente la palabra leer; en eventos públicos, el presidente no podía citar siquiera tres libros que según él, leyó en la vida.

México se encontraba al borde del colapso, pero los desposeídos estaban bien en su ciudad del bosque. La ciudad de los bosques, la ciudad de los desposeídos, había llegado a 750 pobladores, cada uno de ellos, tenía derecho a: comida, vivienda; la escasa salud que podían tener, se consiguió de la siguiente forma:

Dos miembros de la comunidad eran médicos, antiguos amigos de Marco Aurelio; estos dos jóvenes amigos ya no ejercían su profesión, se unieron al grupo desde 2014. Proveían de atención médica a la comunidad, las medicinas se las traían distintas personas bondadosas que teniendo dinero, se dieron cuenta que estos médicos solo se dedicaban en verdad a las personas. Inclusive un grupo de músicos de la comunidad conseguía dinero en las ciudades y lo intercambiaba por medicamentos. La ciudad más cercana entre la ciudad de los desposeídos y el capitalismo corporativo imperante, era un poblado cercano, un municipio del Estado de Puebla llamado San Martín Texmelucan.

La comunidad tenía tres camionetas que Marco Aurelio compró con la venta de su departamento antiguo. En estas camionetas, se hacían viajes diarios para reclutar más elementos y enviar grupos de personas a conseguir lo que la comunidad no podía producir por sí misma.

La comunidad pudo sobrevivir; la comunidad de los desposeídos pudo encontrar otra forma de alegría; una que no dependía de la liquidez de cada miembro, una en donde nadie tenía más poder que cualquier miembro, una donde el trabajo de cada individuo se sabía para que era específicamente, logró ser una ciudad sin explotación de clase, una ciudad donde todos se conocían y se cuidaban entre sí, una ciudad hecha en medio de un bosque, con recolectores de lluvia, temazcales, hamacas, cabañas hechas de madera, paneles solares obtenidos de donaciones de ricos caritativos que aun creían en la bondad.

No hace falta tener lo que la mayoría de consumistas dice que se debe tener para poder ser feliz; es una gran nausea, es un gran sinsabor, pero ellos fueron lo suficientemente duros para entender. La felicidad era de todos, la felicidad estaba entre ellos, la felicidad era su convivencia, la felicidad era el desapego, la felicidad era la comunidad con todo y su inmunda realidad.

Los impulsos sexuales estaban regulados bajo la influencia del intento de educación Helénica que recibieron de Marco Aurelio. La libertad sexual tenía un límite; este límite era la elección de cada quien sin importar su género o preferencia; si dos personas se atraían nadie los molestaba, si dos personas se dejaban de atraer, tampoco nadie interfería; lo único violentamente prohibido era la violencia y la imposición.


POB/LFJ