Nota del editor: El presente artículo fue escrito por la Dra. Laura Romero López, docente de la Universidad de las Américas Puebla.

Los movimientos sociales son procesos colectivos que generan nuevos marcos de referencia, pues surgen –casi siempre– de la inconformidad que genera la desigualdad, la cual, se construye a través del tiempo. Pueden ser fechados porque celebran su fundación o su aparición pública, pero sus raíces se hunden en el tiempo.

En México han sido muchos; algunos de ellos se institucionalizan y otros pasan a forman parte de la historia no oficial, de aquellos a los que se llama los «sin historia», de los pueblos vencidos, de «Los nadies», de los que Eduardo Galeano nos dice que, no sólo valen menos que la bala que los mata, sino no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.

Los movimientos sociales generan polémica, porque siempre hay dos partes (o más). Entonces, posicionarse respecto a ellos es problemático y siempre lleva la balanza hacia un lado u otro, y esto es porque –detrás– también hay intereses.

En la historia reciente de México el movimiento zapatista es –quizá– uno de los más importantes, debido al contexto en el cual salieron a la luz pública, y porque a mucha gente le hizo recordar, sino es que saber, que México es un país con una gran población indígena que ha sido empobrecida a lo largo de nuestra historia; pero también lo es por las «pasiones» que ocasiona. Es como si de ese movimiento no se pudiera hablar de manera neutral o sin juzgar. Estar a favor o en contra del zapatismo es no entender la compleja realidad que hay detrás.

Como todo movimiento social, el movimiento zapatista no puede ser visto como algo «bueno» o «malo», por el simple hecho de que las realidades absolutas no existen. Las cosas, los hechos y las personas –nos enseña la antropología– deben ser pensadas de manera contextual. La antropología no sólo es el estudio del ser humano, sino, sobre todo, de sus contextos.


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Así que pensado antropológicamente el zapatismo es más que el debate entre si fue todo o nada. Chiapas, por ejemplo, será para la historia la cuna del zapatismo, pero sabemos que los orígenes del movimiento no se dieron ahí, sino en otras partes de México. Tampoco podemos decir que todos los pueblos indígenas del estado sean zapatistas, ni tampoco que el zapatismo es un movimiento sólo indígena, pues eso significaría obviar la simpatía que éste ocasionó fuera, y dentro, de nuestro país entre la población no indígena de todo el mundo.

El movimiento zapatista también hizo del estado de Chiapas el objetivo de una especie de turismo de guerrilla que, aún actualmente, llega buscando souvenirs de mujeres y hombres ataviados con ropas de lana y pasamontañas portando un rifle de madera. Esos rifles de madera que han generado uno de los momentos más controversiales del movimiento: la foto falsa de los primeros días de enero en la cual aparece el cuerpo de un hombre muerto junto con uno de esos fusiles. Esa foto provocaba dos tipos de reacciones: era terrible que la comandancia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional mandara a gente con rifles de madera al combate y, era terrible –también– que el ejército matara a gente armada con rifles de juguete.

Nada es sencillo cuando de entender al movimiento zapatista se trata. Se necesita mucha distancia y frialdad para entenderlo. Lo que sí es claro es que abrieron la llaga; esa que nunca se cerró y que el tiempo no borró. Una llaga que nos recuerda que nuestro país es un escenario donde la desigualdad es inmensa. Los pueblos indígenas son, sin duda, una de las poblaciones más vulneradas: vulneradas por el racismo que se viste de clasismo, de intolerancia y de olvido.

Dra. Laura Romero López
Directora académica del Departamento de Antropología de la UDLAP
[email protected]

La Dra. Laura Romero López, es Directora académica del Departamento de Antropología de la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP).
Puede contactarla en [email protected]

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POB/AAG