
VI
Pasaron semanas en las que permanecí inconsciente, existía un desbasto hasta de sueros para hidratarse, pero de algún modo me habían hidratado. Creo era Enero del 2024 D.C.
En mis sueños recordaba la perfección de la naturaleza, expresada en su forma más elevada, cuando frecuentemente en sueños aparecía en el rostro de las mujeres que me cautivaban, de tal forma que acudían en mi fantasía, la mujer para mi era el ser más hermoso de la existencia, pero ahora eso sólo eran sueños, recuerdos del éxtasis antiguo, yo solo tenía soledad y recuerdos.
En el lejano 2018, en mi país México, cambió el discurso de la clase política. Entró un gobierno que afirmaba iba a transformar un siglo de subdesarrollo, en pocos años, dijo iba a cambiar a una sociedad ultra capitalista y además tristemente enferma de un cáncer llamado corrupción.
Y es que en mi país nos gustaba el dinero y sus derivados, inclusive al narcotráfico le decíamos cultura, narcocultura. Si existió alguna clase de barbarie que alejaba a los pueblos de ser cultos, eran sus formas de ejercer el poder y la violencia. Un bárbaro en el nuevo siglo era algo cercano a un nazi del siglo XX. Disfrutaban las formas en las que ejecutaban a sus víctimas, grababan el acto para infundir miedo, apelaban al miedo en lugar de al respeto para conservar su poder.
Y es que nuestra sociedad entera era barbárica, ya no teníamos sacrificios al Dios sol, pero sí teníamos sacrificios al Dios dinero.
Los muertos se hicieron incontables en la guerra, con el paso del tiempo se supo que siempre estuvo perdida. El país que nos puso un muro en las narices, la sociedad que a nombre de su presidente nos llamaba violadores y delincuentes del tercer mundo, sí, ese primer mundo disque civilizado, era el principal consumidor mundial de narcóticos, la guerra que supuestamente ya había terminado continuaba, las muertes continuaban, las prohibiciones continuaron, hasta que fue un desastre insostenible, un narco Estado, el dinero imponía quien manda, quien muere, quien obedece. Todo dependía de quien tenía más.
Estábamos muy cerca de la capital del capitalismo como para no amar el consumismo, éramos como su patio trasero donde tiran basura y hacen experimentos, la entrada fea de la casa bonita. Durante casi todo el siglo XX, México tuvo una revolución que terminó en desastre, pasó lo que suele pasar con las revoluciones violentas, el poder cambió de manos, los pobres se hicieron más pobres.
El problema fue la ambición y las malditas formas de hacer dinero fácil. Un ex presidente asesinado dijo uno de los dichos más celebres de la Revolución Mexicana: “Nadie aguanta un cañonazo de cincuenta mil pesos”. Este, era el dicho que resumía el hundimiento de las causas y la sumisión a los mandatos del dinero.
El sistema tenía cáncer, se llamaba corrupción, las instituciones tenían metástasis de este cáncer, el poder no tenía vergüenza en México, nunca tuvo el pudor siquiera de justificar sus actos deleznables.
Y es que en un país donde llevábamos más 18 años en una guerra no declarada, en dicha guerra, una de las noticias frecuentes era el modo atroz de ejecutar y enterrar humanos.
A pesar de esta guerra no declarada en doce años y supuestamente terminada en seis, los muertos seguían contando día con día. Nadie podía abatir la ambición de hacer dinero fácil, el consumo de drogas creció exponencialmente año con año, el vecino país del norte que ahora nos ponía un muro por criminales, no reconocía el crimen de ser por antonomasia la sociedad del consumo que se consume a si misma por medio de sus predilectas drogas ilegales, la sociedad que paga y financia el poder que callaba a cualquiera en México, al poder que realmente gobernaba.
Y es que la violencia cada día era más, la miseria aumentaba, todos los indicadores de pobreza aumentaron, el crecimiento económico no se distribuía, cada día llegaba más gente pobre del sur al norte, este patio trasero del primer mundo está repleto de muertos, de pobres, de emigrantes.
Se culpaba a la educación, a la pereza, a la indiferencia, a los individuos, a la pobreza, el tercer mundo merecía la muerte, el primer paso fue la militarización de la frontera con México. El dinero invertido del primer mundo en México era una fuente constante de reclamos hacia el país, porque este no podía generar las condiciones para enriquecerse y salir de la atroz desigualdad.
México estaba en una trampa, era un país en perpetuas vías de desarrollo. Parecía que era imposible que nuestra sociedad tuviera la cultura y el ingreso necesario por persona para abatir la terrible y siniestra realidad cotidiana de este paraíso natural habitado por una sociedad cancerosa.
Permanecí unos días más hidratándome, estaba repleto de humanos al sur del muro, parecía imposible que volviera a ver a mis compañeros caninos, parecía imposible ver a cualquier rostro amigable y conocido, no había alimento.
Los intentos eran desesperados por cruzar y los militares del otro lado cada día ejecutaban más ilegales. Yo era un espectro que deambulaba del lado del subdesarrollo, buscaba a mis perros callejeros porque ellos eran como yo, simplemente esperaban la muerte, su mirada refleja la misma desolación al contemplar esta siniestra sala de espera que resulta la vida, esperaba junto a ellos morirme, comíamos ocasionalmente, buscábamos agua en los caminos, caminábamos por días, el día que perdí a mi familia por convertirme en un pobre con ingresos mínimos, comencé a caminar con mis perros.
Pero ahora hasta a mis perros los había perdido, mi vida la definía como una inmensa pérdida constante, estaba en medio de este mar de pobres extrañándoles, si mis pobres perros vagabundos hablaran, seguro serían cínicos riéndose de los que les trataron tan miserablemente mal.
Ahora hasta los humanos, son tratados como mis pobres perros desaparecidos, con el desprecio impuesto a los seres que se busca desechar, esos seres multitudinarios que se busca poner debajo de la alfombra de la muerte por que no tuvieron una solución, lo siniestramente triste es que sus soluciones siempre terminaban en el exterminio, toda la historia humana, es la funesta historia de la depredación y el dominio, la historia perpetua de los amos y los criados, los humanos no se cansaban de repetir exterminios, de repetir errores, los humanos no entendían que el progreso no se reflejaba por tener una consola de videojuegos, el progreso inexistente sería lograr abatir la inmensa miseria del mundo, los humanos entendían su felicidad como su capacidad de consumo, el mundo gris, nauseabundo, podrido que les rodeaba, les daba igual mientras estuvieran cómodos en su sillón con su consola, eso era progreso y felicidad.
Los pobres y los miserables eran pobres y miserables por que ellos lo eligieron decía la generación de las consolas, no podían mirar que había millones de esos seres despreciados que “no eligieron bien”, esos millones que tomamos malas decisiones según los que amaban su supuesta opulencia. Pero en Enero de 2024, ya no quedaba opulencia, solo el nuevo drama del nuevo milenio. Y mis pasos y mis palabras eran errantes como este caminante de este caluroso desierto.
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POB/LFJ