
Algunas veces, escribir sobre cine es la mejor preparación para hacerlo. Directores de la Nueva Ola Francesa como Godard y Truffaut se dedicaron a la crítica cinematográfica antes de colocarse tras la cámara.
Lo mismo sucedió con Dario Argento, quien empezó a publicar columnas en el periódico italiano Paesa Sera cuando era un adolescente. Esta conciencia de la historia del cine a menudo genera películas perfectamente ejecutadas y, paradójicamente, más libres.
El director con formación de crítico sabe qué elementos debe tener un guión para que este funcione. También conoce las convenciones del lenguaje visual y eso lo dota de una capacidad para romper con ellas en momentos clave.
Argento puso sobre la mesa todo su conocimiento cuando dirigió Suspiria, cinta de terror estrenada en 1977. La película es un deleite para la vista, con una fotografía y diseño de producción que logran transportar al espectador al terreno de lo sobrenatural.
En Suspiria, el realizador italiano lleva a la práctica algo que aprendió de Sergio Leone, otro gigante que le dio su primera oportunidad en el cine. Así lo recuerda el discípulo en un texto publicado en la prensa inglesa:
“La película es la cámara. Sergio podía juzgar un guión en dos minutos: lo hojeaba y si veía muchos diálogos no era bueno; si tenía muchas descripciones, entonces era interesante”.
Pues bien, Suspiria no es memorable por sus diálogos, sino por la inquietante atmósfera que crea y por sus imágenes –bellas y grotescas– que no soltarán al público después de verla.
La película arranca con Suzy Bannion (Jessica Harper) desembarcando en el aeropuerto de la ciudad alemana de Friburgo. Una joven bailarina, Suzy llega desde Nueva York a una academia de danza que le permitirá despegar profesionalmente.
En la academia conoce a personajes marginales como una estudiante con problemas psiquiátricos (Stefania Casini) y un músico ciego (Flavio Bucci), quienes se ven asediados por acontecimientos extraños.
Suspiria navega la corriente gore del género de terror, definida por la RAE como aquella que ensalza la “recreación en las escenas sangrientas”. La sangre es un elemento de belleza y contemplación estética en el filme. Los cuerpos mueren y lo hacen de tal forma que el espectador se confunde entre el asco y el gusto. Imágenes surreales.
Mencioné también la atmósfera apabullante, digna de un cuento infantil tétrico como Caperucita Roja o Hansel y Gretel. A esta atmósfera contribuyen tres factores. Primero, las tomas de Luciano Tovoli, iluminadas de manera muy saturada con los colores primarios (rojo, azul y verde). Estas luces tan artificiales refuerzan el sentido fantástico de la historia.
Por otro lado, está el diseño de producción encabezado por Giuseppe Bassan. Los sets de la academia de baile cuentan con elementos góticos (picos, agujas y demás formas escalofriantes) o bien, tienen pinturas y tapices que remiten a una especie de jardín del Edén.
En el jardín, el mal está siempre al acecho. Imposible ver la escuela de Suspiria sin pensar en las locaciones de El espinazo del diablo y El laberinto del fauno, ambas del director mexicano Guillermo del Toro, fanático del horror.
Finalmente, la música acelera el pulso de esta película. Argento, como John Carpenter en Halloween, compuso un soundtrack siniestro en colaboración con la banda italiana Goblin. El sintetizador, con sonidos que difícilmente se escuchan en el día a día, es otra presencia en Suspiria.
La cinta, querido lector, está disponible en Amazon Prime Video.
LA PALOMITA: En la misma plataforma se encuentra la versión de Suspiria dirigida por Luca Guadagnino, que vio la luz en 2018. Sobre este reciente acercamiento, la próxima columna.
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