
La poesía no sigue lógicas comerciales. Es un género que rara vez aparece en la lista de “los libros más vendidos”, quizá porque los versos no dan instrucciones ni avanzan una narrativa sino que apelan directamente a la sensibilidad del lector. Ese encuentro de sensibilidades, la del poeta con la del lector, puede ser un acto transformador. Un acto de riesgo.
El ejercicio poético y su marginalidad están al centro del documental Vaquero del mediodía, dirigido por el periodista Diego Enrique Osorno. La cinta, que no tuvo estreno comercial en salas debido a la pandemia, obtuvo una nominación a los Ariel de este año.
Osorno, como un Sherlock Holmes, sigue las pistas del poeta Samuel Noyola, quien desapareció hace más de una década. Noyola, un personaje tan complejo como fascinante, era (¿o es?) un hombre que vivió sin ataduras. Un nómada moderno.
El poeta creció en la periferia de Monterrey, sufriendo el abandono de su padre. Talentoso para dibujar, un buen día, antes de la mayoría de edad, decidió viajar a Nicaragua para pelear en la revolución sandinista. Ahí descubrió la poesía, en la tierra de Rubén Darío.
Regresó a México y consiguió el teléfono de Octavio Paz, figura luminosa para su poesía. El Nobel mexicano vio en Noyola algo de su propia persona: Paz se trasladó a España en los años treinta, cuando estalló la guerra civil. Su admirador lo había emulado en latitudes centroamericanas.
Maestro y discípulo se unieron. Octavio Paz le dio trabajo en la revista Vuelta y le publicó su segundo libro de poemas: Tequila con calavera. Tras la muerte del autor, en 1998, Noyola deambuló por las calles de Monterrey y de la Ciudad de México.
Adicto al alcohol, el poeta dormía al interior de una camioneta en la colonia Narvarte. Sin dinero, a veces tocaba a la puerta de algún escritor conocido para pedirle limosna. Pisó la cárcel. Robó dinero. Vivió libre.
Vaquero del mediodía es un documental que puede disfrutarse como thriller. Una detective emprende la búsqueda de Noyola en cárceles, hospitales psiquiátricos y morgues, contando incluso con una muestra de ADN. Osorno entrevista a amigos del medio literario, quienes cuentan anécdotas reveladoras. Este documental, si fuera pintura, sería un retrato enigmático.
El trabajo de investigación es magnífico. Osorno rescata materiales de archivo que permiten al espectador conocer la presencia física de Samuel Noyola. El coro de entrevistados es diverso e incluye a novias del poeta, una vidente, vecinos de la Narvarte y escritores –entre ellos Juan Villoro y Marie José Tramini, la viuda de Paz–.
Otro aspecto a destacar de Vaquero del mediodía es la fotografía de María Secco, quien apuesta por una paleta de colores fría. Parece que la noche envuelve a varios entrevistados, como en una neblina, como si la búsqueda en la que participan fuera un ensueño agotador.
La película también comparte con el público fragmentos de textos escritos por Samuel Noyola, como si el documental fuera el lugar ocupado por un maestro heladero, dando a probar sus mejores creaciones. Aquí las probaditas incitan a la curiosidad, a querer leer un poco más de quien se consideraba a sí mismo como un “poeta bendito”.
En una carta, Noyola escribió unas líneas que reflejan sus convicciones más profundas:
“La poesía se mueve sola, los poetas también. Su naturalidad se nutre con savia del árbol del conocimiento pero también con el de la vida. […] La poesía es una ilusión secreta, un canto que nace en el centro de todo: no un producto”.
Vaquero del mediodía está disponible en Netflix.
LA PALOMITA: En 3 días, los mexicanos tendremos acceso a la plataforma Disney+. La competencia en el mundo del streaming es cada vez mayor.
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POB/LFJ