
El irlandés es el largometraje de ficción número 25 en la carrera de Martin Scorsese, una carrera plena de grandes películas, dispersas a lo largo de cinco décadas. En los años setenta Taxi Driver (1976), en los ochenta La última tentación de Cristo (1988), después La edad de la inocencia (1993) y, arrancando el nuevo siglo, El aviador (2004).
Al final de la segunda década del siglo XXI, un Scorsese de 75 años filma otra obra maestra –¿su última?–. Los grandes maestros del cine son muy diferentes entre sí, pero hay algo que los une, algo que les permite crear películas que se van asentando en la mente. Películas que, como los sellos en una hoja de papel, dejan impresiones que quizás se van borrando o trastocando, pero que nunca desaparecen por completo. Esas impresiones viven con nosotros.
¿Qué es ese “algo” que tienen en común los cineastas de alto vuelo? No es la inspiración, sino una serie de atributos mundanos poco frecuentes. El primero es el cultivo de una obsesión u obsesiones, el segundo –menos frecuente– es la franqueza para compartir esas obsesiones y el tercero –rarísimo– es la creatividad para expresar lo que sacude al espíritu.
Varias son las obsesiones de Martin Scorsese y una de ellas es central en El irlandés: el poder de la voluntad humana, o bien, hasta qué grado una persona tiene el control de su destino. Una voluntad fuerte, fervorosa, conduce al sacrificio en Silencio, cinta que precede al Irlandés.
Mientras, una voluntad débil es el camino para la violencia y la autodestrucción. En las venas de El irlandés corre la pregunta de si estamos tomando una decisión cuando no decidimos, cuando dejamos a un lado el análisis y solo seguimos órdenes.
Frank Sheeran (Robert De Niro) se enfrenta a esta encrucijada; ser fiel al jefe de la mafia que controla la ciudad de Filadelfia o defender la vida de su amigo, el sindicalista más famoso en la historia de Estados Unidos, Jimmy Hoffa.
El mafioso es un espléndido Joe Pesci, que solo necesita de inflexiones en la voz muy medidas para ganarse el respeto de la audiencia (tiene una de las frases icónicas de la película: “es lo que es” o “it’s what it is”). Jimmy Hoffa es un histriónico Al Pacino que, a diferencia de Pesci, utiliza su corporalidad para lograr un personaje amenazante y, por momentos, entrañable.
Sheeran debe tomar partido por uno de los dos. Su narración en off es un recorrido autobiográfico que toca pasajes históricos como la Revolución Cubana, la crisis de los misiles y el caso Watergate. El gángster Sheeran existió en la vida real y esta cinta toma como punto de partida las confesiones que le hizo al fiscal Charles Brandt (publicadas en forma de libro en 2004). Poco de las confesiones es creíble a pie juntillas.
No obstante, El irlandés es una larga reflexión sobre la vida atrapada entre el deber, la necesidad de dinero, el hambre de poder, los accidentes y las lealtades. Así como Sheeran recuerda los pasajes que lo marcaron, Scorsese reflexiona con la cámara y se define por un filme que contempla, que no busca la acción vertiginosa.
El director aquí es como el protagonista: un hombre viejo que se confiesa, que con honestidad desnuda –una vez más– sus obsesiones. Lo hace acompañado de sus más cercanos; nueve colaboraciones con De Niro y cuatro con Pesci.
Las tensiones más memorables de El irlandés no suceden cuando se dispara un arma. La tensión más profunda está en las conversaciones, brillantemente dirigidas con tomas sobre el hombro.
Se trata de una cinta que juega más con la psicología que con el instinto o la reacción inmediata. En este sentido, con bodas y bautizos de por medio, la película de Scorsese se emparenta con El padrino de su amigo Francis Ford Coppola.
Los gángsters, aquí y allá, no solo disparan. Sienten. Piensan. Pintan casas.
El irlandés está disponible en Netflix.
LA PALOMITA: Dos mexicanos tuvieron roles cruciales en la realización de este film. El fotógrafo Rodrigo Prieto y el productor Gastón Pavlovich.
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POB/LFJ