
La vida de cada persona tiene unos cuantos momentos definitivos. La decisión de dejar el hogar para explorar territorios nuevos, la pérdida de un ser querido, el inicio o el fin de una relación amorosa. Experiencias traumáticas. Momentos como estos terminan por forjar el carácter y, muchas veces, eso que llamamos destino.
El director estadounidense Lee Isaac Chung se enfrentó a un episodio clave en su vida a principios de 2018. Para entonces, había realizado cuatro largometrajes que si bien recibieron atención crítica, no generaron ingresos importantes.
Ahí estaba el dilema. Convertirse en profesor universitario de tiempo completo con un sueldo estable o seguir con el sueño del crédito en la pantalla grande. Chung aceptó un puesto como catedrático, pero faltaban algunos meses para el inicio de clases.
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Una tarde, con ideas rondando en la cabeza, visitó una biblioteca. Papel en mano, escribió recuerdos de su infancia hasta recopilar una lista de ochenta pequeñas anécdotas. En esa hoja encontró el material para el guión de Minari, película nominada a seis premios Óscar.
Película que salva su carrera como cineasta. Hijo de padres coreanos y criado en una comunidad rural de Arkansas, Chung filmó un trabajo bilingüe y personalísimo. Un sentido de verdad –o quizás convenga la palabra autenticidad– corre por todas las escenas.
Minari arranca con la llegada de una familia a una casa tráiler en el campo de Arkansas. Jacob, el padre (Steven Yeun), tiene la meta de transformar el suelo en un extenso huerto de vegetales coreanos. Quiere ganarse el respeto de los suyos facilitándoles un futuro más prospero.
Mónica, la madre (Yeri Han), quiere vivir en la ciudad para estar cerca de un hospital. Vive preocupada por la salud de su hijo más pequeño, David (Alan S. Kim), quien padece de un soplo en el corazón. Como el niño no puede pasar mucho tiempo solo, es necesaria la presencia de la abuela (Yuh-Jung Youn), una mujer llena de sabiduría que parece fuera de lugar en Estados Unidos.
De esta manera, la cinta es una colección de interacciones cotidianas: pleitos de pareja, visitas a la iglesia, berrinches y juegos. El ritmo lento de la película no es un problema; el exceso de eventos graves que se resuelven casi como trivialidades sí lo es.
Lee Isaac Chung abre muchos frentes; el de la inminente muerte de David por su problema del corazón, el de una separación entre los padres, el de una enfermedad que aqueja a la abuela, pero todos quedan como anécdotas. Simples detalles que refinan una historia.
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El riesgo de que todos estos eventos traigan consecuencias fatales no termina por sentirse y así, es difícil involucrarse sentimentalmente con Minari. Secuencias enternecedoras no logran una sensación final poderosa, solo provocan un encogimiento del alma que no perdura.
La actuación del niño Alan S. Kim, con 7 años de edad durante el rodaje, es la estrella en medio de un cielo nublado. De mirada traviesa, Kim inyecta energía a la historia, mientras captura en sus diálogos una cierta tristeza propia de quien no puede vivir a plenitud su etapa de inocencia.
El relato de Minari es más interesante cuando se cuenta desde su perspectiva. A pesar de todo, la Academia de Hollywood ignoró el trabajo de Kim, resistiéndose a seguir la pauta de la Academia Británica que lo nominó a un BAFTA como actor de reparto.
Minari está en cartelera.
LA PALOMITA: Nomadland se perfila como la favorita para llevarse el Óscar a mejor película. Apuesto por la sorpresa en la categoría de actor protagonista; el favorito es el fallecido Chadwick Boseman, pero creo que los méritos tendrán más peso que la nostalgia y la corrección política. ¿Ganador? El veterano Anthony Hopkins.
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