
La Ciudad de México tenía 1 millón 750 mil habitantes en 1940. Para el final de la década, el número poblacional creció a 3 millones 50 mil, a una tasa anual del 5.7%, el porcentaje más grande del que hay registro.
El 2 de septiembre de 1949, un día después del informe presidencial, Miguel Alemán inauguró el primer multifamiliar, un conjunto con más de mil departamentos. Ese mismo año, el mandatario ya había cortado el listón de otra obra espectacular: la Avenida Costera en Acapulco.
Era un México industrializado, con centros urbanos vibrantes, que necesitaba de una playa como Acapulco para complacer a una clase media que ahora visitaba con cierta frecuencia cines, teatros y restaurantes. Se abría paso el México moderno; ya no dividido entre hacendados y campesinos, aristócratas y sirvientes, sino mucho más rico en matices e identidades.
En este país de 1949 se estrenó la cinta Una familia de tantas, del director Alejandro Galindo, a quien se le ha encumbrado –y encasillado– como “el creador del cine urbano de México”. La película abre con una secuencia de créditos donde vemos el Monumento a la Revolución en el fondo. Luego, la cámara muestra una vista panorámica de la capital, acercándose a unos tendederos para finalmente aterrizar en el umbral de una ventana.
Desde ahí, vemos a tres hermanas aturdidas por un despertador, dispuestas a iniciar su día. Un par de tomas brillantes, justo al inicio de la cinta, nos hablan así de una entrada a la intimidad, una mirada a la casa de una familia situada en el contexto de la gran ciudad.
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El primer acto del film está dedicado a presentar a los miembros de esta familia. El patriarca y empresario, don Rodrigo Cataño (un magnífico Fernando Soler), la madre doña Gracia (Eugenia Galindo) y sus hijos; tres mujeres y dos varones. Quien tiene el mayor peso dramático en la segunda generación es Maru (la bellísima Martha Roth), la hija de en medio, quien está a punto de convertirse en una señorita de quince años.
Don Rodrigo es un padre controlador e intransigente, que le recuerda a su hija mayor Estela (Isabel del Puerto) las horas de visita en las que puede atender a su novio, de siete y media a nueve de la noche. De su hija Maru, espera que sea “pura, pudorosa y cristiana”, como se lo dice antes de partir el pastel de quinceañera. No hay espacio –y menos tolerancia– para los errores.
En esta dinámica familiar irrumpe Roberto del Hierro (David Silva, colaborador constante del director), un vendedor de electrodomésticos que encanta a Maru con su simpatía y libertad. Roberto, contrario a don Rodrigo, piensa que una relación es de dos, con la mujer jugando un rol central y no solo de sumisión.
Hay una escena que retrata esta tensión entre la vieja escuela –las tradiciones más arraigadas– y la modernidad. Roberto intenta vender un refrigerador que coloca al centro de la sala, con la familia protagonista alrededor. En una muy efectiva puesta en escena, don Rodrigo se asoma por encima del aparato para dirigirse a su hija. En una de las paredes de la sala, sobre el piano, hay un cuadro de Porfirio Díaz. Todas estas imágenes dicen más que los diálogos y sitúan una barrera entre quien añora los viejos tiempos y quien sueña con vivir los nuevos.
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Una familia de tantas cuenta con el diseño de producción del también pintor Gunther Gerzso. Así, los decorados y el trabajo de cámara suman a la narrativa. La casa de la familia Cataño es grande y está llena de objetos, como una serie de relojes y espejos que acechan a sus habitantes. Los personajes, oprimidos, no pueden ocultarse ni desperdiciar el tiempo. La casa también tiene unas escaleras imponentes y con tomas en picada, Alejandro Galindo refuerza el ambiente de opresión.
Aparte de las actuaciones memorables, Una familia de tantas es genial por su vigencia y espíritu universal. El espíritu de dos generaciones en choque, de una juventud que anhela abrir sus propios caminos, de unos padres que deben aprender a relacionarse distinto con sus hijos y consigo mismos.
La película, restaurada por la Cineteca Nacional, puede verse en YouTube.
LA PALOMITA: Una familia de tantas fue la gran triunfadora en los Premios Ariel de 1950. Una industria que ahora podía autoadularse.
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POB/LFJ