Esta leyenda sucede durante la época de la Independencia en el Siglo XIX y en la Sierra Negra poblana insurgentes y realistas libraban batallas cotidianamente.

En Jicolapa, unos kilómetros al norte de Zacatlán se encuentra el Convento Franciscano, al cual llegó el capitán insurgente Diego de Osorno en búsqueda de asilo por una noche.

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El prior del convento, Gutiérrez Medellín permitió al escuadrón descansar en el convento por una noche, bajo una condición: “no entrar a la iglesia sin importar lo que escuchen o vean”.

El capitán insurgente aceptó sin dudar.

Sus tropas y él descansaban, cuando a media noche escuchó una serie de gritos lastimeros que provenían del interior de la iglesia, por lo que rompió su promesa y entró al convento.

Dentro del convento seguía escuchando los gritos, vio unas escaleras que lo guiaban hacia el sótano del convento, pero cuando estaba a punto de bajar, varios frailes le impidieron el paso.


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Osorno quería respuestas, por ello el prior accedió a dárselas fuera del convento.

“Debe saber que en tiempos antiguos se adoraban serpientes y dragones. Un poderoso dragón tenía dominados a los indios de esta región hasta que el beato Motolonía logró capturarlo en una caverna, donde en el año de 1562 nuestra orden construyó este convento.
Desde entonces lo alimentamos con gallinas y lo aprisionamos con la vara de sauce bendito”, le explicó Gutiérrez Medellín.

Osorno no daba crédito de la historia, sin embargo volvió a dormir.

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Pero los gritos regresaron y Osorno pudo llegar en aquella ocasión al túnel del cual se escuchaban los gritos.

–¡Ayúdeme por favor, ayúdeme!
–Guarde silencio, nos van a oír, dijo Osorno a un hombre dentro de una celda.

Osorno no entendía por qué el preso no se liberaba a sí mismo pues únicamente un palo cerraba la celda.

El capitán escuchó los pasos de los frailes, quienes se acercaban a paso rápido.

Apresurado por el hombre encerrado, Diego de Osorno decidió quitar el palo de madera que cerraba la celda.

Un viento frío arrojó a los frailes y Osorno contra el suelo, desde donde pudo ver los ojos que brillaban en la oscuridad y revelaban su verdadera forma: un dragón negro.

–Ahora por su necedad está libre una de las mayores amenazas que el hombre ha conocido en su historia. Hasta que lo detenga traerá odio, miseria y dolor a esta Nueva España, le dijo el prior.
–¿Yo?
–Sí. Usted lo liberó y solamente aquel que lo libera es capaz de encerrarlo.

Osorno dedicó 20 años a la búsqueda de este dragón, el cual logró capturar en la torre de la Iglesia de Santa Inés en Puebla capital.

Cuenta la leyenda que el padre Medellín y Diego de Osorno enterraron al dragón en una profunda cueva y sellaron la entrada con la vara de sauce en un lugar desconocido.


Leyenda basada en el libro: Otras casas y lugares malditos de Puebla, escrito por Orestes Magaña.

 

 


POB/RPC