
Diciembre es el último mes del año tanto en el calendario Gregoriano, como en el calendario Romano. Este mes se destaca por ser el último mes del año, por celebrarse la Navidad, la noche vieja y el advenimiento del nuevo año. Incluye el día de Los Santos Inocentes, día en que Herodes ordenó matar a todos los menores de dos años, con el fin de no padecer posteriormente a Jesús de Nazaret.
No más a nivel mundial.
En México es el mes de la Virgen de Guadalupe, y todo el país se moviliza alrededor del célebre acontecimiento. Migrantes, el sida, personas con discapacidad, médicos, derechos humanos, y varias cosas o acontecimientos han cubierto los 31 días para hacer de diciembre un mes de celebraciones.
En ese contexto ha sido un mes tremendo para quien esto escribe.
En 2020, 21 días estuve aislado por la terrible COVID-19. Con todas las desventajas y limitaciones. En este 2021 acumulo ya, hasta ahora, 8 días con un aislamiento diferente: sin teléfono celular.
Lo he perdido.
Hace un año el aislamiento fue de las personas, no hubo tal con el mundo real. Redes sociales, hicieron cómoda y disfrutable la enfermedad llamada Coronavirus. Y el resultado fue que la COVID me peló los dientes. Ahora disfruto de cabal salud y quedan gratos recuerdos de aquel cercano diciembre del 2020.
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Ahora, en este 2021, sin teléfono celular, el aislamiento es real y jodido. No he consultado las redes sociales, sé poco de lo que acontece con mis amigos cibernéticos, herencia por supuesto del mundo real.
No he recibido felicitaciones por el año que termina, no he asistido, ni virtualmente a los “brindis” de fin de año, daría la impresión que mis amigos se han olvidado de mí.
Peor, he recibido un “obsequio” de fin de año que poco o nada tiene que ver con el noble oficio del periodismo.
Peor, combate al real y verdadero sentido del periodismo.
Es cuanto.
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POB/RPC