
Después de lo ocurrido el pasado sábado 5 de marzo en el Estadio Corregidora de Querétaro, se han desprendido análisis y reflexiones sobre qué es lo que ocurrió, desde culpar al gobierno local, a la directiva, a la policía o manejarlo como un hecho aislado, sin embargo hay un análisis que no he encontrado y que para su servidor, describe perfectamente la razón de por qué ocurrieron esos hechos tan lamentables.
La historia del futbol y el machismo no es nueva. Desde su llegada a México, allá por finales del siglo XIX, este deporte comenzó por instaurarse entre las preferencias de los varones junto con una serie de etiquetas y estereotipos de género: desde el “pareces vieja” o “le pegas como niña”, hasta el grito homofóbico que le ha costado multas y sanciones a la Federación Mexicana de Futbol.
La demostración de hombría a través de la violencia dentro y fuera de las canchas ha generado una y otra vez terror, y como es habitual dentro del régimen patriarcal, se tiende a normalizar en este y muchos otros deportes, disfrazándose de “pasión”, “rivalidad”, “competitividad”; cada una de estas palabras no logran otra cosa más que generar encono entre quienes se dicen ser aficionados.
El machismo se recrea y se refuerza en el futbol teniendo como cómplices a los medios de comunicación, la publicidad y la mercadotecnia controladas por “hombres heterosexuales” quienes dictan que tan hombre o no se es.
Todo un espectáculo de millones de dólares que decreta el comportamiento viril que se debe tener para ser considerado un verdadero macho.
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Existen diferentes ejemplos de masculinidades tóxicas en este deporte prácticamente en todos los ámbitos: burlas con memes sobre hombres o niños llorando porque su equipo perdió, la normalización de peleas o agresiones contra los “rivales” solo para demostrar superioridad, gritos homofóbicos, frases como “pégale como hombre”, “pareces vieja”, y muchas más.
A comentaristas deportivos, aficionados y televidentes, siempre les ha parecido muy simpático el acoso que sufren las mujeres que acuden a los estadios. ¿Para qué van si ya saben cómo se pone? ¿Para qué va vestida así, si ya saben que van muchos hombres? Los mismos comentaristas acosan a las asistentes a los estadios poniéndolas en cámara en las transmisiones en vivo cuando cumplen con ciertos estereotipos de belleza, haciendo comentarios sobre su físico.
Existe pues una especie de acuerdo implícito entre los hombres que el futbol es un espacio para descargar emociones que en otro contexto tendrían que ser contenidas.
Ya sea en casa, en el estadio, en la calle, en el trabajo o en el bar, los hombres se reúnen para competir y alcanzar aquello que les haga ser más hombres que a otros. De tal manera que justificar el comportamiento machista como el ocurrido en Querétaro, se ha convertido en una práctica frecuente y hasta obligada en cualquiera de los contextos, entre ellos –por supuesto- la cancha y las tribunas.
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Mis contemporáneos recordarán la violencia en los estadios europeos, en especial en Inglaterra que tuvo que padecer más de un centenar de muertos en torno a este deporte, para por fin darse cuenta del gran problema social que se estaba produciendo con los hooligans.
Para contrarrestar esta situación tuvo que inmiscuirse el estado e implementar políticas públicas, adiestrar a su policía y desde luego un ultimátum para los clubes. Todo ello se tradujo en la erradicación de la violencia en los estadios y le dio paso a una de las mejores y más cotizadas ligas del mundo.
Lo ocurrido en Querétaro no es un hecho aislado, no solo es un grupo de “enfermos”, “nacos” o “salvajes”, como se les ha llamado en redes y en los noticiarios, es más bien un reflejo de la sociedad patriarcal en la que vivimos y que urge sensibilizar.
Este 8 de marzo, cuando miles de mujeres marcharon en las calles gritando “el machismo mata” lo mejor que podemos hacer los hombres es reflexionar sobre todas las conductas violentas que normalizamos únicamente porque “es un deporte”, “es mi amigo, hermano, primo, tío”, “ya está viejito” o “lo dice de broma”.
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Edgar Ortega es Economista por la BUAP, miembro de iniciativas ciudadanas como Ahora y Sumamos. Especialista en estudios de mercado y política pública. Director general de Methodica y director de proyectos de A&J Consultores. Hijo del patriarcado tratando de deconstruirse.
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POB/RPC