Aún cuando las mujeres han logrado avances notables en muchas profesiones, la política no es una de ellas. Esta frase refleja una cruda realidad, especialmente en México, donde la llegada de la primera mujer a la presidencia no solo ha sido un hito histórico, sino también el inicio de una lucha contra la misoginia que permea tanto en los sectores más conservadores como en las propias estructuras de poder.
Desde la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer en 1975, se ha visibilizado la exclusión sistemática de las mujeres en la toma de decisiones.
A casi cincuenta años de ese evento, la nueva presidenta de México enfrenta, como muchas de sus predecesoras en otros países, una doble batalla: gobernar y demostrar constantemente su capacidad en un entorno que aún se resiste a aceptar a una mujer en el máximo cargo de poder.
Las cifras lo demuestran. Según la Unión Interparlamentaria (UIP), en 1975 las mujeres ocupaban tan solo el 10.9% de los escaños parlamentarios en todo el mundo, diez años después, únicamente subió al 11.9%.
Aunque en México hemos avanzado en cuotas de género y reformas que han permitido una mayor representación femenina en las cámaras, el verdadero poder sigue siendo mayoritariamente masculino.
La presidenta actual se encuentra con un escenario donde, además de gobernar, debe lidiar con cuestionamientos constantes hacia su legitimidad, no por su gestión o sus políticas, sino por su género.
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Esta problemática va más allá de la política nacional. A nivel internacional también sucede. Los líderes mundiales, aunque diplomáticos, pueden cuestionar su liderazgo por prejuicios basados en una tradición de poder masculina.
Sin embargo, como lo demostraron figuras internacionales como Angela Merkel o Jacinda Ardern, las mujeres en el poder aportan perspectivas nuevas y necesarias. En México, la nueva presidenta está llamada a ser esa voz disruptiva que cambie el enfoque de la política hacia una visión más inclusiva, sensible y empática.
Pero el machismo no se manifiesta solo en la oposición externa. Dentro de su propio equipo de trabajo, la presidenta debe enfrentar las barreras invisibles del micromachismo: esas pequeñas acciones y actitudes que, bajo la excusa de “diferencias de criterio”, buscan subestimar su capacidad de liderazgo.
Aquí radica uno de los mayores obstáculos: cambiar una cultura patriarcal que no solo está presente en los partidos contrarios, sino también dentro de su propio gabinete y colaboradores.
Pese a avances legislativos, como el Plan de Acción de Beijing y las conferencias mundiales sobre la mujer, las estructuras políticas mexicanas aún están lejos de reflejar una verdadera igualdad de género.
La nueva presidenta tiene la responsabilidad histórica de no solo liderar el país, sino también de desmantelar las barreras estructurales que perpetúan la desigualdad.
Como se ha visto en países como Ruanda, donde la representación femenina ha alcanzado el 56%, el éxito de las mujeres en la política no depende únicamente de su número, sino de su capacidad para cambiar las reglas del juego, haciendo que los temas de género sean prioritarios en las agendas políticas.
El reto es titánico. La presidenta debe enfrentar no solo a un sistema machista, sino también a expectativas desmesuradas, donde cada error será utilizado para deslegitimar su gestión.
Desde mi perspectiva, esta situación también debe verse como una oportunidad: la posibilidad de transformar la política desde una perspectiva inclusiva, donde los temas como la violencia de género, la equidad salarial y la participación política de las mujeres sean parte integral de su mandato.
El desafío no es solo gobernar, sino también transformar. Y en esa transformación, la presidenta de México tiene la responsabilidad histórica de ser no solo la primera mujer en llegar al poder, sino la primera en usarlo para cambiar las reglas del juego.
Edgar Ortega es Economista por la BUAP. Especialista en estudios de mercado y política pública. Director general de Methodica y director de proyectos de A&J Consultores. Hijo del patriarcado tratando de deconstruirse.
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