El reciente triunfo electoral de Donald Trump ha reavivado debates sobre la economía de guerra de Estados Unidos, su impacto en el crecimiento económico y su influencia en la identidad nacional.
Los monumentos y símbolos bélicos que adornan diversas ciudades estadounidenses no solo son recordatorios de conflictos pasados, sino que refuerzan un entramado económico y político que define el poderío del país.
Un pilar económico: la economía de guerra
Especialistas coinciden en que la economía de guerra no es un simple recurso para tiempos de conflicto, sino un pilar que sostiene el sistema económico estadounidense.
Según Jhael Arroyo, analista socioeconómica de A&J consultores, esta estrategia ha permitido a Estados Unidos evitar recesiones a través de un gasto público masivo que incluye ventas gubernamentales de armas, materiales y tecnología bélica.
Esta dinámica, asegura, expande la demanda interna y protege a la economía del riesgo de estancamiento.
Históricamente, esta política ha sido clave para superar crisis económicas.
Edgar Ortega, analista socioeconómico de A&J consultores, señala que, durante la Gran Depresión, el gasto militar impulsado por la Segunda Guerra Mundial no solo redujo el desempleo sino que duplicó la producción industrial.
Este fenómeno, agrega, sigue vigente, ya que el presupuesto militar estadounidense actual supera los 800 mil millones de dólares anuales, un monto que representa el 3.5% del PIB, muy por encima del promedio europeo.
Monumentos de Estados Unidos y su vínculo con la economía bélica
Los monumentos y símbolos militares no solo conmemoran victorias pasadas; también legitiman y perpetúan la economía de guerra.
Jhael Arroyo explica que estos sitios evocan fortaleza, patriotismo y, a la vez, una narrativa de victimización.
Recordatorios de eventos como el 11 de septiembre consolidan la percepción de amenaza externa, promoviendo la necesidad de una defensa armada constante.
Además, estos lugares se han convertido en destinos turísticos lucrativos, generando ingresos significativos.
Por ejemplo, Edgar Ortega menciona que el Memorial del 11 de Septiembre en Nueva York atrae a millones de visitantes al año, quienes gastan en entradas, souvenirs y servicios locales.
Este tipo de actividad económica, asegura, refuerza indirectamente la narrativa de guerra como un elemento central en el motor financiero de Estados Unidos.
Donald Trump y la economía militar
El triunfo de Trump ha añadido una nueva dimensión a esta economía bélica.
Durante su administración anterior, el presupuesto militar alcanzó cifras récord, llegando a 732 mil millones de dólares en 2020.
Según Ortega, empresas armamentistas vieron incrementos en sus acciones de hasta un 15%, impulsadas por contratos multimillonarios como el de los aviones F-35.
A pesar de la percepción de Trump como un político “antiguerra”, su enfoque beligerante hacia China y su intención de catalogar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas sugieren que su administración seguirá encontrando formas de justificar el gasto militar.
De acuerdo con Arroyo, este enfoque busca generar conflictos estratégicos que impulsen la economía armamentista, ya sea a través de conflictos bélicos tradicionales o mediante la expansión de la presión económica y comercial.
Un mensaje de poder y miedo
Estos monumentos, además de fortalecer la identidad nacional, evocan un mensaje dual: el poderío estadounidense y la amenaza constante del exterior.
En palabras de Jhael Arroyo, este recordatorio permanente alimenta una narrativa de miedo que refuerza la inversión interna en defensa y mantiene a la población preparada para conflictos futuros.
El costo de la economía de guerra en Estados Unidos
Si bien la economía de guerra ha permitido a Estados Unidos evitar crisis severas, su impacto social y ambiental es devastador.
Según Ortega, desde el incremento en los índices de violencia hasta los daños al medio ambiente, el costo de este modelo económico trasciende las fronteras del país, afectando especialmente a regiones como América Latina, donde el intervencionismo estadounidense ha dejado profundas cicatrices.
La economía de guerra no solo ha ayudado a Estados Unidos a consolidarse como una potencia mundial, sino que también ha configurado su identidad y justificado su política exterior.
Con el regreso de Trump al poder, el debate sobre su sostenibilidad y las consecuencias de esta estrategia económica adquiere un nuevo protagonismo.
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POB/JCSD