Los alfareros del Barrio de La Luz, en Puebla, conservan un oficio que, según sus relatos, tiene más de doscientos años en el mismo lugar.
Su producción incluye cazuelas tradicionales para la cocina poblana, como las que se usan para preparar mole, así como platos chaluperos y pozoleros, fundamentales en las mesas locales. También elaboran candelabros y “toros”, piezas utilizadas en altares y tumbas, especialmente durante octubre y las festividades de Día de Muertos.
Además, fabrican jarritos de diferentes tamaños para café o pulque, ollas para cocinar y los incensarios típicos en bodas tradicionales.
La tradición alfarera de La Luz: un arte centenario
Convertirse en un maestro alfarero no es tarea fácil. Este oficio se enseña de generación en generación mediante cinco pasos esenciales: moldeado, torneado, producción de ollas, labrado y decorado. Aprender estas técnicas toma años y requiere dedicación.
El proceso comienza con la compra del barro, que llega desde la zona de Amozoc en costales de al menos 50 kilogramos. Este material se clasifica según su consistencia en barro negro y barro amarillo.
Después de amasarlo y dejarlo reposar por algunos días, los torneros le dan forma a las piezas. El trabajo del tornero es crucial: su habilidad y estilo personal son su “firma”, que hace únicas las piezas y permite identificar al artesano que las creó.
El oficio de los alfareros es demandante. Comienzan sus jornadas al amanecer, enfrentando el frío y la humedad, para exponer las piezas al sol y darles dureza. Esta labor diaria tiene un costo físico: los alfareros suelen sufrir reumas, enfermedades respiratorias y llagas en las manos y pies. En el pasado, las madres de los artesanos utilizaban gotas de cera derretida para curar estas heridas, un remedio doloroso pero eficaz.
Un oficio en peligro de extinción
En la calle Juan de Palafox y Mendoza, donde antes había numerosos talleres, hoy solo queda uno. Aquí trabajan familiares como Armando, Jorge y Genaro, quienes luchan por mantener viva la tradición de los alfareros de La Luz.
Sin embargo, factores como la falta de interés de las nuevas generaciones, los cambios en las costumbres y la escasez de mano de obra amenazan el futuro del oficio. Incluso la producción de piñatas, que solían incluir ollas de barro, ha migrado hacia materiales más baratos como el cartón, reduciendo aún más la demanda de estas piezas.
Las piezas de barro tienen un proceso de secado que dura al menos tres días bajo el sol antes de ser horneadas. Los alfareros de La Luz utilizan hornos de leña, algunos con más de doscientos años de antigüedad, que alcanzan temperaturas de 800 grados centígrados para el primer cocimiento.
Después, las piezas reciben un tratamiento de calor a 1,200 grados para el vidriado. Aunque cuentan con hornos de gas, prefieren los tradicionales, a pesar de los retos que implica conseguir combustible.
El valor cultural de los alfareros de La Luz
La alfarería, como tantas tradiciones artesanales, enfrenta retos cada vez mayores. Pero más allá de los desafíos, los alfareros de La Luz continúan trabajando con pasión y dedicación. Su labor no solo da vida a piezas funcionales, sino que también conserva una parte esencial de la identidad cultural de Puebla.
En cada pieza de barro se encuentra el esfuerzo, la creatividad y el legado de generaciones de artesanos.
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POB/LFJ