
El ascenso de figuras como Donald Trump, Javier Milei y Elon Musk, junto con el fortalecimiento de la ultraderecha en Europa, no es una anomalía dentro del sistema actual, sino su resultado lógico.
El capitalismo patriarcal ha sido el caldo de cultivo perfecto para que estos sujetos sociales emerjan, encuentren legitimidad y concentren poder.
Sus discursos pueden variar en matices y estilos, pero comparten un núcleo común: una visión profundamente neoliberal, autoritaria y antifeminista que busca reconfigurar las reglas del juego en favor de los sectores históricamente privilegiados.
Estos liderazgos no surgen en el vacío. Responden a una crisis del modelo neoliberal que, lejos de abrir la puerta a una transformación progresista, ha generado un repliegue reaccionario en el que el patriarcado y el capital se reorganizan para defender sus privilegios.
El capitalismo patriarcal como motor de los liderazgos autoritarios
Como advierte Jhael Arroyo en su tesis de doctorado al analizar a Nancy Fraser (2017), la fase actual del capitalismo ha recurrido a una alianza con el autoritarismo para frenar las luchas por la redistribución y la justicia social. En este contexto, Trump, Milei y Musk encarnan una resistencia violenta contra los avances feministas, los derechos de las diversidades sexuales y la protección ambiental, no sólo como una estrategia discursiva, sino como una agenda política real.
Su origen no es casual. La economía convencional, como lo ha señalado la Economía feminista, ha sido estructurada desde una perspectiva androcéntrica, centrada en la producción y en el mercado, excluyendo del análisis económico el trabajo de cuidados y la reproducción social (Carrasco, 2017).
Es decir, el modelo económico hegemónico ha ignorado las condiciones materiales que sostienen la vida, priorizando la acumulación de capital y promoviendo una visión de éxito basada en la competencia, la explotación y la supremacía masculina.
No es coincidencia que los hombres que encarnan esta lógica terminen liderando movimientos que prometen devolver el “orden natural” que, según ellos, ha sido alterado por el feminismo, el progresismo y las políticas de derechos humanos. Pero no sólo buscan restaurar la vieja jerarquía de género, sino también consolidar un modelo de dominación de clase.
Como señala Silvia Federici (2010), el patriarcado no es una estructura aislada, sino un mecanismo de control que permite la apropiación del trabajo y la vida misma. Es por ello que estos líderes no solo atacan el feminismo, sino cualquier política de protección social o redistribución de riqueza.
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La emergencia de estos personajes no es solo un fenómeno de las urnas o del mercado, sino una respuesta estructural de las élites ante las transformaciones sociales que amenazan su dominio.
El patriarcado, como ha señalado Pérez Orozco (2018), realiza el “trabajo sucio” del capital, maximizando los privilegios de los varones y eximiéndolos de responsabilidades en la reproducción social. En este contexto, las reacciones virulentas contra el feminismo, el ambientalismo y cualquier movimiento que cuestione la desigualdad estructural no son más que una defensa de los intereses de quienes han gobernado el mundo bajo sus reglas.
Trump, Milei y Musk no sólo comparten un discurso hostil hacia las mujeres y las diversidades, sino que han hecho de la desinformación, la intimidación y la manipulación herramientas centrales de su liderazgo.
Estos métodos no son nuevos, pero han encontrado en las redes sociales y los medios masivos de comunicación un campo fértil para su expansión. A través de plataformas como Twitter (ahora X), Facebook y YouTube, estos líderes han logrado acaparar el discurso social, difundiendo narrativas simplistas y polarizantes que apelan al miedo, la ira y el resentimiento.
La desinformación es una de sus armas más efectivas. Trump, por ejemplo, ha construido gran parte de su carrera política sobre la base de noticias falsas y teorías conspirativas, desde el “birtherism” hasta el “Stop the Steal”. Milei, por su parte, utiliza un discurso pseudocientífico para desacreditar a sus oponentes y promover una agenda neoliberal sin matices. Musk, con su control sobre plataformas como X, ha normalizado la difusión de desinformación bajo la bandera de la “libertad de expresión”, mientras silencia voces críticas y promueve agendas que benefician sus intereses económicos.
La intimidación es otra táctica recurrente. Estos líderes no solo descalifican a sus adversarios, sino que también fomentan un clima de hostilidad hacia quienes cuestionan su poder. Trump ha normalizado el uso de insultos y amenazas, tanto en redes sociales como en sus mítines, creando un ambiente en el que la violencia verbal y simbólica se vuelve aceptable. Milei, con su retórica agresiva y su desprecio por las instituciones, busca deslegitimar cualquier forma de disidencia. Y Musk, desde su posición de poder, ha atacado a periodistas, activistas y empleados que se atreven a criticar sus prácticas laborales o su manejo de las redes sociales.
La manipulación, por último, es clave para mantener el control del discurso público. Estos líderes no sólo distorsionan la realidad, sino que también construyen narrativas que legitiman su autoridad y desvirtúan las luchas sociales. En Europa, el auge de la extrema derecha con figuras como Giorgia Meloni en Italia y Marine Le Pen en Francia sigue la misma estrategia: exaltación del individualismo, desinformación sistemática y un ataque frontal contra el feminismo y la migración.
El neoliberalismo y el patriarcado se han aliado históricamente para sostener sus estructuras de poder, pero sus fisuras son cada vez más evidentes. El desafío no es menor: frente a un modelo que mercantiliza la vida (Pérez Orozco, 2018), es urgente fortalecer espacios de resistencia desde la economía feminista, los movimientos sociales y las políticas públicas que defienden la equidad y los derechos humanos.
La respuesta no puede limitarse a señalar los excesos de Trump, Milei o Musk. Debe apuntar a desmontar el sistema que permite su existencia y legitimación. Es necesario cuestionar las bases mismas del modelo económico y político que los engendró, y visibilizar que el problema no son sólo estos individuos, sino el entramado de poder que los sostiene y los reproduce.
Resistencias y alternativas frente al capitalismo patriarcal
Como bien lo plantea la Economía feminista, el capitalismo patriarcal no solo explota el trabajo asalariado, sino que también se apropia del tiempo, el crecimiento y el bienestar de las mujeres a través de la invisibilización del trabajo doméstico y de cuidados. Esta doble explotación, naturalizada y perpetuada, es la base sobre la que se construyen las figuras autoritarias que hoy dominan el escenario global.
Porque si algo nos ha enseñado la historia, es que el patriarcado y el capital no ceden voluntariamente. Se les enfrenta. Y ese enfrentamiento debe ser colectivo, desde las trincheras de la justicia social, la igualdad de género y la defensa de la vida misma.
Edgar Ortega es Economista por la BUAP. Especialista en estudios de mercado y política pública. Director general de Methodica y director de proyectos de A&J Consultores. Hijo del patriarcado tratando de deconstruirse.
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POB/LFJ