
Cuando se habla de feminismo desde el privilegio no se habla de un solo y único movimiento, sino de una diversidad de ellos que incorporan distintas miradas que visibilizan las opresiones que como mujeres experimentamos cotidianamente.
Se entiende por feminismo al movimiento articulado por mujeres que tras analizar la realidad en la que viven, toman consciencia de las discriminaciones que viven por la única razón de ser mujeres y deciden organizarse para acabar con ellas y cambiar la sociedad, como lo define Nuria Varela (2019). Partiendo de esta perspectiva no podemos hablar de un solo feminismo, sino de varios y distintos feminismos que perciben la realidad desde diversos ángulos.
Sin embargo, aunque la lucha por la igualdad es la base, actualmente ha tomado preponderancia una especie de “feminismo” burgués que tiene como modelo universal a una mujer blanca, burguesa, adulta, heterosexual y urbana; en palabras de Betty Friedan mujeres que siguen “la mística de la feminidad”. Es a partir de ella que se estructuran patrones a seguir que no reflejan las realidades de millones de mujeres que no poseen estas características.
Fuera de este modelo, aquellas que no cumplen con la particularidad de la blancura son mayormente desplazadas por un sistema patriarcal y capitalista que opaca su voz: mujeres racializadas, pertenecientes a pueblos originarios, morenas y/o afrodescendientes y rurales; por lo que, para ser escuchadas, deben hacer todo lo posible para parecerse a ese modelo de mujer impuesto desde distintas estructuras de poder tremendamente estereotipadas y aburguesadas.
Así, desde el “mainstream” institucional encabezado por ONU Mujeres y otros organismos internacionales, surge una serie de políticas estandarizadas que dictan fórmulas mágicas de cómo se debe ser mujer para estar empoderada en un sistema capitalista que no se busca atacar y mucho menos eliminar, sino más bien reforzar con prototipos que buscan un “éxito masculinizado” asociado, si a eliminar las violencias contra nosotras, pero también relacionado con conseguir altas sumas de dinero, puestos de poder por el poder, explotación de personas y también de recursos, hablar inglés como signo de preparación, entre otros factores.
Por tanto, bajo esta perspectiva institucionalista surgida sobre todo del norte global, “se lucha” por la igualdad desde el privilegio de ser blanca, pero, explotando por ejemplo, a una mujer rural o perteneciente a algún pueblo originario en mi casa con un horario 24/7 haciendo labores domésticas y cuidando de las infancias, con un día libre de “descanso” a la que se nombra como “sirvienta” y se ve por debajo por “naca e ignorante”; para ella la sororidad no alcanza, para ella la igualdad no aplica cuando osa pedirme vacaciones o permiso para un evento familiar.
Al feminismo burgués no le alcanza para hacer visible la serie de discriminaciones que se cometen desde su propia trinchera al violentar a otras mujeres en los puestos de trabajo y masculinizar su comportamiento para “hacerse respetar”. Es así que tenemos a una serie de “feministas” explotadoras, violentadoras y agresoras con sus pares, en pro de cumplir la expectativa de éxito impuesta desde realidades muy diferenciadas como las estadounidenses y europeas.
Un prototipo ejemplificador de esto lo tenemos en Puebla, con las mujeres empresarias que se manifiestan en contra de un paso peatonal para las y los estudiantes en la zona de Angelópolis, por el tráfico que generaría afectando su valioso tiempo empresarial que, por su puesto, tiene mayor valor por el hecho de ser empresaria, que la vida del estudiantado que debe sortear a los automóviles para llegar a tomar la ruta de camino a casa.
Desde mi perspectiva las mujeres que pertenecen al “feminismo blanco”, defienden un empoderamiento encasillado en una clase social media-alta, cisheteronormativas, occidental, con capacidades regulares y, por supuesto, híper arregladas y afeminadas para cumplir con el estereotipo de mujer bella.
De forma personal, estas características las asocio irremediablemente a una ideología de derecha que va ganando terreno con base en narrativas que exacerban el individualismo y la meritocracia. También, en mi opinión, el feminismo no puede considerarse como tal, sin una profunda consciencia de clase impulsada desde las izquierdas y desde el feminismo marxista, es decir, creo fervientemente que el feminismo es de izquierda, o no es feminismo.
Por el contrario, el “feminismo” de derecha aburguesado, es un contrasentido que hila una serie de incoherencias al imponer patrones de conducta a seguir para ser considerada una “verdadera mujer” al que denominan “empoderamiento”. Es decir, yo desde mi privilegio, te digo a ti mujer morena, afroescendiente, indígena, rural, pobre; cómo debes comportarte para sentirte realmente “empoderada”, a partir de una visión jerárquica y profundamente discriminatoria, tal como la derecha actúa, piensa y siente.
De esta forma, con las políticas aterrizadas desde instituciones internacionales como ONU Mujeres, Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, entre otras; viene ganando terreno y dominando un discurso meritocrático-capitalista, que impide aceptar que una mujer no occidental o no blanca alce la voz en un movimiento que también siente como propio sin que se le diga cómo empoderarse.
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De la misma forma, ocurre con las mujeres no burguesas, ya que la narrativa la domina, por ejemplo, el rompimiento de los techos de cristal –que no digo que no sea importante–, pero que se centra en alcanzar altos puestos para las mujeres (sobre todo blancas que cumplen con estereotipos), pero no de erradicar la precariedad laboral de las mujeres obreras, proletarias y campesinas, sin dejar de lado la heteronormatividad que por supuesto desplaza e invisibiliza aún más, a mujeres que pertenecen a la comunidad lésbica.
Así, la voz es blanca a causa del tremendo respaldo institucional, dejando de lado y considerado inferiores todas aquellas cosmovisiones que no asocien el desarrollo con la explotación de vidas humanas y no humanas y de recursos, construcción de edificios, empresas, dinero, entre muchas otras. De este hartazgo institucionalista surge el feminismo bastardo y el comunitario, del cual, esta escritora blanca y privilegiada, hastiada de los mismo, es una ferviente admiradora.
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POB/KPM