De la iconoclasia y la ceguera machista del vandalismo

La iconoclasia feminista no es vandalismo. Es protesta, resistencia y denuncia ante la impunidad y la violencia machista en México.

La cobertura mediática en torno al 8M, y, en general, de todas las manifestaciones encabezadas por los movimientos feministas, está cargada (con ciertas excepciones) de tintes tremendamente estereotipados y machistas que constantemente criminalizan a las mujeres, por encima de la exhibición de la grave problemática de fondo, enfocada en la escasa o nula atención por parte del Estado hacia la constante violación de derechos humanos contra las víctimas.

Históricamente la indignación y el hartazgo colectivo como resultado de la pésima impartición de justicia, ha traído como consecuencia distintas maneras de protestar entre las que destaca la intervención de obras de arte, pinturas, monumentos pertenecientes al patrimonio histórico o edificios de las ciudades, como una herramienta de expresión para hacer visible la latente inconformidad con las políticas de Estado que suelen tener una marcada ceguera patriarcal: ¿qué sentido tiene proteger más los muros que las voces que los intervienen?

Los movimientos sociales surgen a raíz de una re-victimización en la que se demandan soluciones a distintas violaciones de derechos humanos siguiendo los protocolos legales existentes, sin que exista respuesta eficaz por parte de las autoridades competentes, perpetuando los atropellos y profundizando la impunidad.

En este contexto, las pintas de los movimientos feministas se convierten en un grito urgente de denuncia dirigido tanto al Estado como a la sociedad, una forma de ejercer presión ante la omisión y la indiferencia institucional. ¿Cuántas veces más se debe seguir el camino legal antes de ser escuchadas?

Pese a las atrocidades que constantemente enfrentan miles de mujeres (9 mujeres son asesinadas de forma violenta diariamente de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), entre muchas más), se realiza un uso desmedido de la pluma y la voz en distintos medios de comunicación, que de forma exagerada prioriza el cuidado de monumentos y edificios, por encima de la vida y la libertad de miles de mujeres desaparecidas, asesinadas, violadas y abusadas sexualmente de forma cotidiana; reforzando así los estigmas que han pretendido equiparar al nazismo con el uso indiscriminado de la etiqueta “feminazi”: ¿qué tipo de memoria se protege cuando se cuidan más los muros que las vidas?

La iconoclasia es, por tanto, la intervención al patrimonio y edificios históricos mediante pintas u otras acciones que tiene el objetivo de realizar denuncias y exigencias por otros medios que tengan un impacto social, cultural y hasta político, al haber agotado ya, el camino institucional y legal.

Se busca romper con los patrones ideológicos y de conducta relacionados a ese “patrimonio”, es decir, la iconoclasia es una revolución con un valor simbólico que pretende destruir estructuras fascistas, conservadoras y machistas, con todo lo que éstas conllevan, incluida la infraestructura ciudadana.

A lo largo del tiempo, los grupos feministas han desarrollado distintas formas de manifestarse como protestas pacíficas y en silencio, ayuno (recordemos el caso de Maricela Escobar), expresiones artísticas (la canción de las Tesis en Chile), bailes, música, muralismo, poesía, entre muchas otras; siendo el resultado, una continua indiferencia por parte del gobierno o una profunda revictimización en distintas instancias, sin embargo, todas estas acciones no sólo han sido ignoradas y hasta burladas, sino que además y en algunas casos, acabaron con la vida de activistas y luchadoras sociales, ¿no deberíamos preguntarnos qué es lo que realmente molesta: la forma o el fondo?

Actualmente, la iconoclasia causa tanta controversia social y enojo que desacredita, criminaliza y perpetúa estereotipos sobre las mujeres, banalizando sus luchas y comparándolas con actos vandálicos, como si intervenir el patrimonio como muestra de dolor, lucha y resistencia por un feminicidio o el dolor de tener desaparecido/a a un ser querido, fuera comparable con orinar en una plaza pública por que ganó mi equipo de futbol favorito o grafitear expresando el amor que siento por mi pareja. Increíblemente nos escandaliza más el spray, que el silencio e ineficacia del Estado ante la violencia.

La iconoclasia causa controversia porque desafía el orden establecido. Pero no, no es lo mismo que el vandalismo. Es resistencia. Es memoria. Es rabia ante la impunidad. Es un acto de ruptura que exige justicia cuando el sistema ha decidido mirar hacia otro lado.

 


POB/JCSD