
La reciente declaración de Claudia Sheinbaum sobre la reducción de jornada laboral en México hasta llegar a las 40 horas semanales en 2030 revela más una estrategia política que una victoria inmediata para la clase trabajadora.
Pese a contar con mayoría legislativa, el gobierno ha cedido ante la presión empresarial, optando por una implementación paulatina de una de las demandas laborales más antiguas en el país.
A pesar de que la mayoría legislativa de Morena podría permitir la aprobación sin mayores obstáculos, el gobierno ha optado por una ruta de negociación y consenso, dilatando la aplicación de una demanda histórica y evidenciando cómo los intereses patronales siguen condicionando el ritmo y alcance de las reformas laborales en el país.
La jornada laboral y la productividad: el corazón de la explotación capitalista
La extensión de la jornada laboral es un elemento central en la extracción de plusvalía, es decir, la ganancia que el capitalista obtiene del trabajo no remunerado del obrero. Mientras más larga es la jornada, mayor es la cantidad de valor que el trabajador produce por encima de lo que recibe como salario.
Por ello, la reducción de la jornada laboral representa una amenaza directa al mecanismo fundamental de acumulación capitalista.
Sin permiso señala que, la lucha por acortar la jornada es una lucha por “el tiempo de vida” del trabajador, el derecho del obrero a proteger su salud, su existencia más allá del trabajo, a pasar tiempo de calidad con su familia, el derecho a actividades recreativas y el derecho al descanso.
Por otra parte, el desarrollo de la productividad (gracias a la tecnología y la organización del trabajo) ha permitido que, en menos tiempo, se produzcan más bienes y servicios. Sin embargo, bajo el capitalismo, los beneficios de ese aumento de productividad rara vez se traducen en más tiempo libre para la clase trabajadora.
En cambio, Álvaro Briñas menciona que la mayor parte de las ganancias se apropia como plusvalía por la clase capitalista, perpetuando la necesidad de largas jornadas para la mayoría y reservando el ocio para unos pocos.
La reducción de la jornada laboral, entonces, no es solo una demanda económica, sino una reivindicación política y social: es la exigencia de que el progreso técnico beneficie a la mayoría y no solo a quienes controlan los medios de producción.
El significado histórico y la lucha pendiente
México es uno de los países con jornadas laborales más extensas del mundo, superando las 2,200 horas anuales, muy por encima de otras economías de la OCDE.
La iniciativa de Sheinbaum, por tanto, responde a una “deuda histórica” con la clase trabajadora y coloca la cuestión del tiempo de trabajo en el centro del debate político.
No obstante, la experiencia histórica demuestra que toda conquista en materia de jornada laboral es fruto de la organización y la presión de la clase obrera. La reducción efectiva y significativa del tiempo de trabajo solo será posible si los trabajadores mantienen la movilización y no delegan enteramente el proceso a la negociación institucional, donde el capital siempre buscará preservar sus privilegios
La reforma de Sheinbaum
La reducción de la jornada laboral aplazada hasta 2030 revela las profundas resistencias que aún existen para transformar las condiciones de vida de la clase trabajadora en México.
Esta gradualidad, lejos de responder a una imposibilidad técnica o económica, refleja la persistente influencia de los intereses empresariales sobre las políticas públicas, incluso en un contexto de mayoría legislativa favorable al cambio.
El retraso en la implementación significa que millones de trabajadores seguirán sometidos durante años a jornadas extenuantes, mientras los beneficios de la productividad y el desarrollo tecnológico continúan concentrándose en manos del capital. Es indispensable que los trabajadores mantengan la movilización y la exigencia activa, sin delegar el destino de sus demandas a los tiempos y ritmos que impone la clase empresarial.
—
POB/JCSD