Si miras al cielo esta noche desde la ciudad, tal vez cuentes apenas diez o veinte estrellas. Pero en realidad, el ojo humano podría distinguir entre 2 mil 500 y 3 mil estrellas a simple vista, bajo cielos oscuros y sin contaminación lumínica.
La diferencia entre lo que podríamos ver y lo que vemos hoy es un problema silencioso: la pérdida gradual de la oscuridad natural del cielo nocturno, que afecta la ciencia, la biodiversidad, la salud humana y también la economía.
En Puebla, este fenómeno tiene un impacto directo en el trabajo científico del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE), ubicado en Tonantzintla, donde desde hace décadas el crecimiento urbano ha encendido luces que hoy apagan estrellas.
Contaminación lumínica y ciencia: cuando la luz estorba
En entrevista con Poblanerías.com, José Ramón Valdés Parra, astrónomo y coordinador de astrofísica del INAOE, explica que la contaminación lumínica es “la pérdida gradual de la oscuridad del cielo nocturno” causada por prácticas inadecuadas de iluminación, tanto en cantidad como en orientación.

Este problema ha obligado a modificar la forma de trabajar en Tonantzintla. Por ejemplo, a mediados de los 90 se dejó de utilizar la cámara Schmidt de Tonantzintla, uno de nuestros instrumentos más importantes, porque su sensor era muy sensible a la luz artificial que comenzó a rodear la zona.
Aunque hoy la tecnología ha permitido adaptar sensores más eficientes, la realidad es clara: cada vez es más difícil observar objetos celestes débiles.
“Nos limita a ver solo lo más brillante. Si queremos estudiar objetos menos luminosos, necesitamos cielos realmente oscuros”, afirma el investigador.
Por su parte, el doctor Alberto Carramiñana Alonso, también astrónomo del INAOE, explica que la contaminación lumínica obliga a mover los grandes telescopios a lugares remotos.
“Aquí todavía se hace astronomía de seguimiento, pero la astronomía profunda ya no es viable cerca de zonas urbanas. Por eso el Observatorio Astronómico Nacional se instaló en San Pedro Mártir, Baja California, uno de los pocos sitios oscuros que quedan”.
Luz artificial: más allá de la ciencia
Pero la contaminación lumínica no solo apaga telescopios. Afecta directamente a la biodiversidad. El doctor Valdés Parra recuerda que la mitad de las especies del planeta son nocturnas.
“La luz excesiva altera sus ciclos de migración y reproducción. Las aves migratorias mueren al chocar con torres iluminadas, y especies como las tortugas marinas pierden su orientación por la luz costera”.
En la vida cotidiana, las consecuencias se extienden a la salud humana. De acuerdo con estudios del Consejo Nacional de Humanidades Ciencias y Tecnologías (CONAHCYT), la exposición a luz artificial por la noche reduce la producción de melatonina, la hormona que regula el sueño, y está vinculada con insomnio, estrés, enfermedades metabólicas y hasta un mayor riesgo de cáncer.

Señalan que, la luz no natural afecta los ciclos circadianos, la fisiología del sistema endocrino y puede acelerar el crecimiento de tumores.
La luz desperdiciada también tiene impacto económico y ambiental. Gran parte de la energía usada para alumbrar las ciudades proviene de la quema de combustibles fósiles.
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Cuando la luz se dispersa hacia el cielo en lugar de iluminar calles y espacios útiles, la factura eléctrica aumenta y se multiplica el consumo de recursos.

El problema es mundial: entre 2011 y 2022, el brillo del cielo sobre las ciudades se incrementó casi un 10% y hoy es hasta 500 veces más brillante que en zonas rurales.
Datos de la Unión Astronómica Internacional indican que el 83% de la población mundial vive bajo cielos contaminados de luz, donde el resplandor artificial es tan intenso que borra la Vía Láctea.
Soluciones para recuperar cielos oscuros
¿Podemos revertir la contaminación lumínica? Los astrónomos del INAOE coinciden: sí, pero se requiere voluntad y políticas claras.
“Primero, debemos cambiar las luminarias que usamos en calles y espacios públicos. Necesitamos lámparas full cutoff que dirijan toda la luz hacia abajo, evitando que se disperse hacia el cielo”, explica Valdés Parra.
La segunda clave es la temperatura de color:
“A todos nos gusta la luz blanca, pero es la que más contamina para la astronomía. Necesitamos movernos hacia tecnología LED de temperaturas menores a 3000 Kelvin, mejor aún si son lámparas ámbar, que contaminan mucho menos”, agrega.
El doctor Alberto Carramiñana añade que la ubicación de nuevos observatorios y zonas de conservación del cielo nocturno debe protegerse con normativas específicas:
“En México aún hay lugares como San Pedro Mártir que conservan cielos cercanos al brillo natural. Hay que identificarlos, protegerlos y controlar la iluminación en los alrededores”.
México ya tiene una base legal: desde hace algunos años, la Ley General de Equilibrio Ecológico reconoce el derecho a cielos oscuros e incluye la contaminación lumínica como un factor ambiental a regular.

Sin embargo, la aplicación aún es insuficiente y se requiere coordinación entre municipios, estados y federación.
El doctor Valdés Parra lanza una invitación sencilla:
“Salgan una noche clara en la ciudad, miren hacia arriba y cuenten cuántas estrellas pueden ver. Luego hagan el mismo ejercicio en un lugar alejado. Notarán la diferencia”.
Recuperar cielos oscuros no es solo un capricho de astrónomos. Significa proteger especies nocturnas, ahorrar energía, dormir mejor y reconectar con un patrimonio universal: la posibilidad de mirar la Vía Láctea, como lo hicieron generaciones anteriores.
En Tonantzintla, donde un día brillaron telescopios pioneros de México, la luz artificial se ha convertido en una barrera para la ciencia. Pero la solución, como insisten los astrónomos, está en nuestras manos: iluminar mejor, para ver más. Y para volver a contar estrellas, no cables.
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POB/LFJ